Filología política
Hipólito Raposo
Hipólito Raposo, La Historia - Filologia política, Acción Española, Madrid, Tomo I, 4, 1 de Fevereiro de 1932, pp. 408-412.
[com resposta de Ramiro de Maeztu, p. 412, negritos acrescentados]
[com resposta de Ramiro de Maeztu, p. 412, negritos acrescentados]
EL artículo La Hispanidad, publicado en el primer número de esta revista por su ilustre colaborador D. Ramiro de Maeztu [Acción Española, Madrid, 1, 15 de Dezembro de 1931, pp. 8-16]
me invita a una pequeña aclaración con la que mucho desearía que todos nos lucrásemos, al disiparse un equívoco tejido en torno de palabras aún imprecisas.
¿Deberá incluirse en la expresión «hispanidad» (o la portuguesa «hispanidade») Portugal y el Brasil? El Sr. Maeztu, para contestar afirmativamente, se ayuda de cinco autoridades portuguesas: Camoes, André de Resende, Carolina Michaëlis de Vasconcelos, Garret y Ricardo Jorge.
Todo cuanto atribuye a los últimos cuatro, como aplauso o en desenvolvimiento de la primitiva proposición de Resende, es cierto, y ningún portugués culto podría legítimamente contrariarlo.
Hispani omnes sumus (hispanos, somos todos) todavía hoy lo podemos repetir con verdad. Pero, Hispania no es España, ni hispano tiene el mismo valor que español.
El destino histórico nos puso en presencia de dos conceptos, uno cultural y político el otro, que por mucho tiempo fueron expresados por el mismo vocablo— España o Hespanha—, en el uso de los escritores portugueses, y pienso que también en el estilo corriente de los españoles.
En el habla romance de la Edad Media el vocablo Hispania vino a convertirse, por la fuerza de conocidas leyes fonéticas, en su equivalente España, que fué siendo empleado para designar, tanto la vieja Península Ibérica, la Hispania Romana, como el reino que, bajo la hegemonía de Castilla, unificó algunas de las antiguas monarquías cristianas de la Reconquista y en oposición a Portugal, Aragón, Navarra y a los reinos árabes.
Oigamos lo que a semejante respecto nos dice Carolina Michaëlis : "...la palabra España tenía en la época trovadoresca dos sentidos, el más lato para la Península entera, el más restricto para Castilla y León".
Para evitar posibles confusiones, quien quería designar la generalidad de los reinos cristianos, decía y escribía las Españas (en plural), refiriéndose al concepto totalitario de la propia división romana (Cancioneiro da Ajuda, II, págs. 318 y 614).
Por eso la invocación de la autoridad de Camoens (Os Lusiadas, C. I., 81) podría ser reforzada en el mismo sentido, con las referencias del III, 23 ; IV, 49, 53 ; VI, 56 ; VII, 68 ; VIII, 45 ; las cuales hemos de considerarlas destituidas del valor probatorio que a la primera se atribuyó, al confrontarlas con estas otras: III, 17, 19, 103 ; IV, 61; VII, 71; VIII, 26.
Del empleo del doble significado España encontramos también numerosos ejemplos en los escritores del siglo de Camoens, tales como Joao de Barros, Frey Amador Arraiz, etc.
me invita a una pequeña aclaración con la que mucho desearía que todos nos lucrásemos, al disiparse un equívoco tejido en torno de palabras aún imprecisas.
¿Deberá incluirse en la expresión «hispanidad» (o la portuguesa «hispanidade») Portugal y el Brasil? El Sr. Maeztu, para contestar afirmativamente, se ayuda de cinco autoridades portuguesas: Camoes, André de Resende, Carolina Michaëlis de Vasconcelos, Garret y Ricardo Jorge.
Todo cuanto atribuye a los últimos cuatro, como aplauso o en desenvolvimiento de la primitiva proposición de Resende, es cierto, y ningún portugués culto podría legítimamente contrariarlo.
Hispani omnes sumus (hispanos, somos todos) todavía hoy lo podemos repetir con verdad. Pero, Hispania no es España, ni hispano tiene el mismo valor que español.
El destino histórico nos puso en presencia de dos conceptos, uno cultural y político el otro, que por mucho tiempo fueron expresados por el mismo vocablo— España o Hespanha—, en el uso de los escritores portugueses, y pienso que también en el estilo corriente de los españoles.
En el habla romance de la Edad Media el vocablo Hispania vino a convertirse, por la fuerza de conocidas leyes fonéticas, en su equivalente España, que fué siendo empleado para designar, tanto la vieja Península Ibérica, la Hispania Romana, como el reino que, bajo la hegemonía de Castilla, unificó algunas de las antiguas monarquías cristianas de la Reconquista y en oposición a Portugal, Aragón, Navarra y a los reinos árabes.
Oigamos lo que a semejante respecto nos dice Carolina Michaëlis : "...la palabra España tenía en la época trovadoresca dos sentidos, el más lato para la Península entera, el más restricto para Castilla y León".
Para evitar posibles confusiones, quien quería designar la generalidad de los reinos cristianos, decía y escribía las Españas (en plural), refiriéndose al concepto totalitario de la propia división romana (Cancioneiro da Ajuda, II, págs. 318 y 614).
Por eso la invocación de la autoridad de Camoens (Os Lusiadas, C. I., 81) podría ser reforzada en el mismo sentido, con las referencias del III, 23 ; IV, 49, 53 ; VI, 56 ; VII, 68 ; VIII, 45 ; las cuales hemos de considerarlas destituidas del valor probatorio que a la primera se atribuyó, al confrontarlas con estas otras: III, 17, 19, 103 ; IV, 61; VII, 71; VIII, 26.
Del empleo del doble significado España encontramos también numerosos ejemplos en los escritores del siglo de Camoens, tales como Joao de Barros, Frey Amador Arraiz, etc.
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Hoy podemos decir que españoles y portugueses implantaron en América la civilización hispánica; nosotros, hispanos, debemos llamar América hispánica a las naciones que allá creamos, cuando hayamos de considerar en su conjunto la proyección civilizadora de la Península hispánica en las tierras del Nuevo Mundo. Del mismo modo, a la expansión cultural de las dos naciones libres e independientes que por su feliz destino se repartieran para siempre el territorio de la vieja Hispania, es lícito darla el nombre de hispanidad o hispanidade, abrazando en ese término la lengua, la religión, las costumbres, el derecho y el ante, como común patrimonio, en la herencia de Roma.
Pero, siendo preciso considerar también en su perfecta individualidad las acciones imperialistas de gobierno y dominio, de apostolado, de asimilación y consecuente fisonomía mental, en los territorios vastísimos del Portugal de hoy y de la España o Castilla de ayer, por la misma justa razón debemos recurrir a los neologismos y decir lusitanidad y castellanidad.
Tan propio es llamar América hispánica al conjunto glorioso de las nuevas naciones simultáneamente creadas en tierras descubiertas por esfuerzos paralelos, como impropio sería decir África hispánica, India hispánica o Oriente hispánico, ya que tales expresiones carecerían de significado real.
Castellanidad y lusitanidad, en el decurso ulterior (moderno) de nuestra missión colonizadora, traducen dos conceptos semejantes y diferentes: semejantes por lo que ambos tienen de hispanidad, o sea de patrimonio común; diferentes, en todo cuanto caracteriza y diversifica las dos naciones que tienen sus capitales políticas en Madrid y en Lisboa.
Así, hispanidad definiría bien el resultado del esfuerzo paralelo, simultáneo o no, con que los dos pueblos peninsulares alcanzaron y ejercitaron la capacidad de expansión ultramarina, sembrando de naciones nuevas el Nuevo Mundo.
Por los siglos XVI y XVII, en la edad de oro de la conquista y del apostolado, eran comunes los intentos, se permutaban los misioneros y algunas veces los navegantes.
La universalización del Renacimiento, ganando las posibilidades de hacerse efectiva con las navegaciones que revelaron los caminos de la esfera terrestre, encontraba también ejemplo y favor en la catolicidad de la Iglesia, que patentaba a las naciones su común origen latino y predicaba a los hombres la igualdad de naturaleza y de destino y la justicia de las recompensas conforme a los dogmas del Cristianismo romano.
Pero, siendo preciso considerar también en su perfecta individualidad las acciones imperialistas de gobierno y dominio, de apostolado, de asimilación y consecuente fisonomía mental, en los territorios vastísimos del Portugal de hoy y de la España o Castilla de ayer, por la misma justa razón debemos recurrir a los neologismos y decir lusitanidad y castellanidad.
Tan propio es llamar América hispánica al conjunto glorioso de las nuevas naciones simultáneamente creadas en tierras descubiertas por esfuerzos paralelos, como impropio sería decir África hispánica, India hispánica o Oriente hispánico, ya que tales expresiones carecerían de significado real.
Castellanidad y lusitanidad, en el decurso ulterior (moderno) de nuestra missión colonizadora, traducen dos conceptos semejantes y diferentes: semejantes por lo que ambos tienen de hispanidad, o sea de patrimonio común; diferentes, en todo cuanto caracteriza y diversifica las dos naciones que tienen sus capitales políticas en Madrid y en Lisboa.
Así, hispanidad definiría bien el resultado del esfuerzo paralelo, simultáneo o no, con que los dos pueblos peninsulares alcanzaron y ejercitaron la capacidad de expansión ultramarina, sembrando de naciones nuevas el Nuevo Mundo.
Por los siglos XVI y XVII, en la edad de oro de la conquista y del apostolado, eran comunes los intentos, se permutaban los misioneros y algunas veces los navegantes.
La universalización del Renacimiento, ganando las posibilidades de hacerse efectiva con las navegaciones que revelaron los caminos de la esfera terrestre, encontraba también ejemplo y favor en la catolicidad de la Iglesia, que patentaba a las naciones su común origen latino y predicaba a los hombres la igualdad de naturaleza y de destino y la justicia de las recompensas conforme a los dogmas del Cristianismo romano.
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La referencia al periodo en que Portugal estuvo unido a España (1680-1640), primero en régimen jurídico-político de Monarquía dualista y después en abuso de dominio y opresión de que nos libertamos por la fuerza de las armas, en larga y victoriosa guerra justamente puede mostrar que el concepto cultura de Hispania es inconfundible con el significado político de España; y prueba también que, dentro de los limites de la vieja Península, Portugal y España, ayer y hoy, y, por nuestra parte, también en un mañana sin límites, constituyen dos realidades distintas e inconfundibles.
Históricamente, en buen rigor, data de entonces la divergencia y oposición de sentido que tantas veces alejaron a Portugal de Castilla, a la lusitanidad de la castellanidad...
Si es cierto que algunas veces hubo también para Castilla un peligro portugués, sólo el peligro castellano para Portugal fué una realidad, y, por lo tanto, sólo él merece ser incluido en el balance histórico-político, mostrando que, donde se procuró una unidad forzada, se verificó la inevitable y natural disociación de la monarquía de Felipe IV.
Por amor de la justicia, no será inoportuno recordar que el concepto político de Portugal, como patria, viene del siglo XII, al paso que la realización de la unidad castellana, sólo fué posible a finales del XV, dando origen a la moderna España.
En resumen: hispanidad, lusitanidad y castellanidad, si quisieren adoptarse estos tres vocablos que las exigencias del rigor crítico aconsejan, en esta hora histórica de confusiones y subversiones, expresan con precisión las empresas comunes o paralelas de las dos naciones libres de la Península y los esfuerzos aislados, particulares o específicos de cada una de ellas, a partir del siglo XVII.
Las divergencias se fueron marcando, desde la lengua, de las artes, del derecho, a los métodos de ocupación y colonización.
No es mi deseo o arbitrio que puede imponer a la civilación hispánica la adopción de estos vocablos, en el sentido que pretendí fijarles, fijando ideas y previniendo equívocos; tal vez tampoco lo pudiese alcanzar el Sr. Maeztu, con toda la autoridad que merecidamente disfruta en los medios intelectuales españoles e hispánicos, en la hipótesis, muy lisonjera, de llegar a estar de acuerdo conmigo.
Para entendemos clara y lealmente, se hace indispensable precisar ideas y definirlas en términos. Lo que queda dicho, creo no ha de ser enseñanza para nadie y menos - nunca pretendí semejante cosa - para el Sr. Maeztu.
Pero era preciso que no pasase la primera oportunidad, sin determinar nuestra posición en las huestes del orden cristiano y latino que se alinean en esta revista, seguro de que, reconociéndonos distintos por los colores de nuestros escudos, no nos sentimos disminuidos en fuerza y autoridad para considerarnos hermanos de armas, en la cruzada contra la barbarie roja de Oriente o de Occidente.
HIPÓLITO RAPOSO
Históricamente, en buen rigor, data de entonces la divergencia y oposición de sentido que tantas veces alejaron a Portugal de Castilla, a la lusitanidad de la castellanidad...
Si es cierto que algunas veces hubo también para Castilla un peligro portugués, sólo el peligro castellano para Portugal fué una realidad, y, por lo tanto, sólo él merece ser incluido en el balance histórico-político, mostrando que, donde se procuró una unidad forzada, se verificó la inevitable y natural disociación de la monarquía de Felipe IV.
Por amor de la justicia, no será inoportuno recordar que el concepto político de Portugal, como patria, viene del siglo XII, al paso que la realización de la unidad castellana, sólo fué posible a finales del XV, dando origen a la moderna España.
En resumen: hispanidad, lusitanidad y castellanidad, si quisieren adoptarse estos tres vocablos que las exigencias del rigor crítico aconsejan, en esta hora histórica de confusiones y subversiones, expresan con precisión las empresas comunes o paralelas de las dos naciones libres de la Península y los esfuerzos aislados, particulares o específicos de cada una de ellas, a partir del siglo XVII.
Las divergencias se fueron marcando, desde la lengua, de las artes, del derecho, a los métodos de ocupación y colonización.
No es mi deseo o arbitrio que puede imponer a la civilación hispánica la adopción de estos vocablos, en el sentido que pretendí fijarles, fijando ideas y previniendo equívocos; tal vez tampoco lo pudiese alcanzar el Sr. Maeztu, con toda la autoridad que merecidamente disfruta en los medios intelectuales españoles e hispánicos, en la hipótesis, muy lisonjera, de llegar a estar de acuerdo conmigo.
Para entendemos clara y lealmente, se hace indispensable precisar ideas y definirlas en términos. Lo que queda dicho, creo no ha de ser enseñanza para nadie y menos - nunca pretendí semejante cosa - para el Sr. Maeztu.
Pero era preciso que no pasase la primera oportunidad, sin determinar nuestra posición en las huestes del orden cristiano y latino que se alinean en esta revista, seguro de que, reconociéndonos distintos por los colores de nuestros escudos, no nos sentimos disminuidos en fuerza y autoridad para considerarnos hermanos de armas, en la cruzada contra la barbarie roja de Oriente o de Occidente.
HIPÓLITO RAPOSO
No veo inconveniente en aceptar la distinción que hace el Sr. Raposo, y que debe agradecérsele, entre hispanidad, lusitanidad y castellanidad. Más aún, creo que será necesario complementarla con otra: la de hispanidad y españolidad, porque hay españoles, como los vascongados, que no nos sentimos incluidos en la castellanidad, pero sí en la españolidad y más aún en la hispanidad. De todos modos me parece difícil evitar del todo los equívocos, porque no hay, y debiera haber, una palabra que sólo designe la totalidad de los pueblos procedentes de España, otra que comprenda Portugal y el Brasil y otra, finalmente, que abarque la totalidad de los pueblos engendrados por Portugal y España. Habrá que suplirlas con estar siempre prevenidos de que hispanidad tiene dos sentidos: el más amplio, que abarca también los pueblos lusitanos, y el más restringido, qué los excluye; pero esta precaución no es distinta que la impuesta por las mil palabras de varios significados que empleamos en el habla corriente.
R. DE M.
R. DE M.
Fontes primárias
Relacionado
- Acción Española, Madrid, 1, 15 de Dezembro de 1931, pp. 8-16.
- Acción Española, Madrid, 4, 1 de Fevereiro de 1932, pp. 408-412.
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