1943 - António Sardinha - À Lareira de Castela
O nosso rumo, o rumo verdadeiro da Península leva-nos a América. (pp. 106-107)
1917 - O exército espanhol
1919 - A descoberta de Espanha
1919 - A agonia de Agatão Tinoco (pp. 25-33)
Inspirado no Idearium español de Ángel Ganivet (1865-1898), que Sardinha identifica como um "breviário nacionalista", inclui um trecho em que Ganivet narra o seu encontro com Agatão Tinoco, em agonia no hospital Stuyvenberg. Ganivet era cônsul em Antuérpia e Tinoco teria pedido para falar com um representante de Espanha. Tinoco identifica-se dizendo que nascera na América Central, descendente de portugueses, ao que Ganivet responde tranquilizando-o: "pois nesse caso é o meu amigo espanhol umas poucas de vezes" (p. 27)
Ganivet consola Agatão Tinoco nos seus momentos finais. Sardinha diz-nos que ele é a "imagem dolorosa de Portugal despedaçado e humilhado!" (p. 28)
Excerto do Idearium español de Ángel Ganivet (1865-1898) citado por António Sardinha:
VOY A REFERIR un suceso vulgarísimo en que intervine «por razón de mi cargo», cuando residía en Amberes; y por la muestra se verá cómo los cargos oficiales no están reñidos con las escenas de la vida sentimental, y cómo estas ideas que yo expongo y que acaso suenen a palabrería huera tienen un sentido muy justo y muy práctico, si se las acepta como línea de conducta y llegan a constituir, sin necesidad de que se las escriba en ningún código ni en ningún tratado, un criterio uniforme y constante en la vida de la gran familia hispánica. Me avisaron que en el Hospital Stuyvenberg se hallaba en gravísimo estado un español, que deseaba hablar con la autoridad de su país; fui allá, y uno de los empleados del establecimiento me condujo a donde se hallaba el moribundo, diciéndome de paso que éste acababa de llegar del Estado del Congo, y que no había esperanzas de salvarle, pues se hallaba en el período final de un violento ataque de fiebre amarilla o africana. Ahora mismo estoy viendo a aquel hombre infelicísimo, que más que un ser humano parecía un esqueleto pintado de ocre, incorporado trabajosamente en su pobre lecho y librando su último combate contra la muerte. Y recuerdo que sus primeras palabras fueron para disculparse por la molestia que me proporcionaba, sin titulo suficiente para ello. «Yo no soy español —me dijo—; pero aquí no me entienden, y al oírme hablar español han creído que era a usted a quien yo deseaba hablar.» «Pues si usted no es español —le contesté—, lo parece y no tiene por qué apurarse.» «Yo soy de Centro América, señor: de Managua, y mi familia era portuguesa; me llamo Agatón Tinoco.» «Entonces —interrumpí yo—, es usted español por tres veces. Voy a sentarme con usted un rato, y vamos a fumarnos un cigarro como buenos amigos. Y mientras tanto, usted me dirá qué es lo que desea.» «Ya nada, señor; no me falta nada para lo poco que me queda que vivir: sólo quería hablar con quien me entendiera, porque hace ya tiempo que no tengo ni con quién hablar. Yo soy muy desgraciado, señor, como no hay otro hombre en el mundo. Si yo le contara a usted mi vida, vería usted que no le engaño. »«Me basta verle a usted, amigo Tinoco, para quedar convencido de que no dice más que la verdad; pero cuénteme usted con entera confianza todos sus infortunios, como si me conociera de toda su vida.» Y aquí el pobre Agatón Tinoco me refirió largamente sus aventuras y sus desventuras; su infortunio conyugal, que le obligó a huir de su casa, porque «aunque pobre, era hombre de honor»; sus trabajos en el canal de Panamá hasta que sobrevino la paranza de las obras, y, por último, su venida en calidad de colono al Estado libre congolés, donde había rematado su azarosa existencia con el desenlace vulgar y trágico que se aproximaba y que llegó aquella misma noche.
«Amigo Tinoco —le dije yo después de escuchar su relación—, es usted el hombre más grande que he conocido hasta el día; posee usted un mérito que sólo está al alcance de los hombres verdaderamente grandes: el de haber trabajado en silencio; el de poder abandonar la vida con la satisfacción de no haber recibido el premio que merecían sus trabajos. Si usted se examina ahora por dentro y compara toda la obra de su vida con la recompensa que le ha granjeado, fíjese usted en que su única recompensa ha sido una escasa nutrición, y a lo último el lecho de un hospital, donde ni siquiera hablar puede; mientras que su obra ha sido nobilísima, puesto que no sólo ha trabajado para vivir, sino que ha-acudido como soldado de fila a prestar su concurso a empresas gigantescas, en las que otro había de recoger el provecho y la gloria. Y eso que usted ha hecho revela que el temple de su alma es fortísimo, que lleva usted en sus venas sangre de una raza de luchadores y de triunfadores, postrada hoy y humillada por propias culpas, entre las cuales no es la menor la falta de espíritu fraternal, la desunión, que nos lleva a ser juguete de poderes extraños y a que muchos como usted anden rodando por el mundo, trabajando como obscuros peones cuando pudieran ser amos con holgura. Piense usted en todo esto, y sentirá una llamarada de orgullo, de íntimo y santo orgullo, que le alumbrará con luz muy hermosa los últimos momentos de su vida, porque le hará ver cuan indigno es el mundo de que hombres como usted, tan honrados, tan buenos, tan infelices, ayuden a fertilizarlo con el sudor de sus frentes y a sostenerlo con el esfuerzo de sus brazos.»
Cuando abandoné el hospital pensaba: si alguna persona de «buen sentido» hubiera presenciado esta escena, de seguro que me tomaría por hombre desequilibrado e iluso, y me censuraría por haber expuesto semejantes razones ante un pobre agonizante, que acaso no se hallaba en disposición de comprenderlas. Yo creo que Agatón Tinoco me comprendió, y que recibió un placer que quizás no había gustado en su vida: el de ser tratado como hombre y juzgado con entera y absoluta rectitud. Las inteligencias más humildes comprenden las ideas más elevadas; y los que economizan la verdad y la publican sólo cuando están seguros de ser comprendidos viven en grandísimo error, porque la verdad, aunque no sea comprendida, ejerce misteriosas influencias y conduce por caminos ocultos a las sublimidades más puras, a las que brotan incomprensibles y espontáneas de las almas vulgares. Días atrás expliqué yo a mi criada, una buena mujer más ignorante que buena, el origen del mundo y la mecánica celeste. No seguí el sistema de Copérnico, ni el de Ticho Brahe, ni el de Ptolomeo, sino otro sistema que yo he inventado para entretenerme y que para mi criada, que no sabe de estas cosas, es tan científico como si hubiera sido sancionado por todos los grandes astrónomos del orbe. Al día siguiente vi entrar a mi criada con un ramo de rosas buscadas no sé donde, pues en estas latitudes no abundan, y entregarme, sin decir palabra, el inesperado e inexplicable obsequio; y cuando tuve en la mano el ramillete, me vino al pensamiento la explicación deseada y dije: las ideas de ayer han echado estas flores.
"Cada vez mais bendigo a hora que me trouxe a Espanha! o meu nacionalismo ampliou-se com a projecção que lhe faltava dum necessário complemento internacional. Achei-o aqui, ao contacto benéfico da madre Espanha, e à morte de Agatão Tinoco o terei de agradecer, sobretudo." (p. 30)
Ganivet "atribuía a decadência peninsular à falta de fraternidade do nosso espírito". Sardinha termina com uma nota de esperança. O presidente Epitácio Pessoa (1919-1922) aconselhara uma rápida aliança do lusitanismo com o espanholismo no que toca à situação de Portugal e Espanha na América. "Daqui o saúdo, a esse porvir, com os olhos de alma, adivinhando-lhe a realização plena". (p. 33)
1919 - A política espanhola
1919 - Portugal-Restaurado
1919-10-23 - Crónica de Espanha
1920 - À lareira de Castela
1920 - "Poemas Castellaños"
1920 - Portugueses e espanhóis
1920-05-10 - Amizade peninsular - Apendice (pp. 283-289)
A convite do marquês de Quintanar, houve um encontro no Ritz com portugueses. Estiveram presentes, Luís de Almeida Braga, António Sardinha, Vasco de Mendonça, Álvaro dos Reis Torgal e Constantino Soto maior. Alberto de Monsaraz não esteve presente por estar de luto.
... "as "direitas" dos dois países, que o sejam verdadeiramente por afinidade e por doutrina" (António Sardinha também aqui coloca "direitas" entre aspas - não aceitando a categoria partidocrática) - p. 285
Será celebrado o centenário de Magalhães. O conde de Vilas-Boas, então presidente da Junta Central do Integralismo Lusitano, representava então "o nome e o sangue" (a família) de Fernão de Magalhães.
Refere o prólogo do conde de Ramanones ao livro Portugal y el Hispanismo do conde Santibáñez de Del Rio (marquês de Quintanar) - "não se esqueceu a sensação que produziram as suas revelações acerca do procedimento do antigo rei de Portugal durante a insurreição de 1919. Pois acrescenta-lhe agora um comentário, bastante para meditar nas suas reticências, a carta do conde de Romanones." (p. 286)
"A Espanha culta começa a mirar com interesse Portugal" (pp. 288-289)
1921 - A festa da raça
1921 - Paixão de Espanha
1922 - Hispanismo e Latinidade
1922 - "Portugal, tierra gensor!"
1922 - 1640
1922-06 - António Sardinha - O Pan-hispanismo
1924-10 - Madre-Hispânia
1917 - O exército espanhol
1919 - A descoberta de Espanha
1919 - A agonia de Agatão Tinoco (pp. 25-33)
Inspirado no Idearium español de Ángel Ganivet (1865-1898), que Sardinha identifica como um "breviário nacionalista", inclui um trecho em que Ganivet narra o seu encontro com Agatão Tinoco, em agonia no hospital Stuyvenberg. Ganivet era cônsul em Antuérpia e Tinoco teria pedido para falar com um representante de Espanha. Tinoco identifica-se dizendo que nascera na América Central, descendente de portugueses, ao que Ganivet responde tranquilizando-o: "pois nesse caso é o meu amigo espanhol umas poucas de vezes" (p. 27)
Ganivet consola Agatão Tinoco nos seus momentos finais. Sardinha diz-nos que ele é a "imagem dolorosa de Portugal despedaçado e humilhado!" (p. 28)
Excerto do Idearium español de Ángel Ganivet (1865-1898) citado por António Sardinha:
VOY A REFERIR un suceso vulgarísimo en que intervine «por razón de mi cargo», cuando residía en Amberes; y por la muestra se verá cómo los cargos oficiales no están reñidos con las escenas de la vida sentimental, y cómo estas ideas que yo expongo y que acaso suenen a palabrería huera tienen un sentido muy justo y muy práctico, si se las acepta como línea de conducta y llegan a constituir, sin necesidad de que se las escriba en ningún código ni en ningún tratado, un criterio uniforme y constante en la vida de la gran familia hispánica. Me avisaron que en el Hospital Stuyvenberg se hallaba en gravísimo estado un español, que deseaba hablar con la autoridad de su país; fui allá, y uno de los empleados del establecimiento me condujo a donde se hallaba el moribundo, diciéndome de paso que éste acababa de llegar del Estado del Congo, y que no había esperanzas de salvarle, pues se hallaba en el período final de un violento ataque de fiebre amarilla o africana. Ahora mismo estoy viendo a aquel hombre infelicísimo, que más que un ser humano parecía un esqueleto pintado de ocre, incorporado trabajosamente en su pobre lecho y librando su último combate contra la muerte. Y recuerdo que sus primeras palabras fueron para disculparse por la molestia que me proporcionaba, sin titulo suficiente para ello. «Yo no soy español —me dijo—; pero aquí no me entienden, y al oírme hablar español han creído que era a usted a quien yo deseaba hablar.» «Pues si usted no es español —le contesté—, lo parece y no tiene por qué apurarse.» «Yo soy de Centro América, señor: de Managua, y mi familia era portuguesa; me llamo Agatón Tinoco.» «Entonces —interrumpí yo—, es usted español por tres veces. Voy a sentarme con usted un rato, y vamos a fumarnos un cigarro como buenos amigos. Y mientras tanto, usted me dirá qué es lo que desea.» «Ya nada, señor; no me falta nada para lo poco que me queda que vivir: sólo quería hablar con quien me entendiera, porque hace ya tiempo que no tengo ni con quién hablar. Yo soy muy desgraciado, señor, como no hay otro hombre en el mundo. Si yo le contara a usted mi vida, vería usted que no le engaño. »«Me basta verle a usted, amigo Tinoco, para quedar convencido de que no dice más que la verdad; pero cuénteme usted con entera confianza todos sus infortunios, como si me conociera de toda su vida.» Y aquí el pobre Agatón Tinoco me refirió largamente sus aventuras y sus desventuras; su infortunio conyugal, que le obligó a huir de su casa, porque «aunque pobre, era hombre de honor»; sus trabajos en el canal de Panamá hasta que sobrevino la paranza de las obras, y, por último, su venida en calidad de colono al Estado libre congolés, donde había rematado su azarosa existencia con el desenlace vulgar y trágico que se aproximaba y que llegó aquella misma noche.
«Amigo Tinoco —le dije yo después de escuchar su relación—, es usted el hombre más grande que he conocido hasta el día; posee usted un mérito que sólo está al alcance de los hombres verdaderamente grandes: el de haber trabajado en silencio; el de poder abandonar la vida con la satisfacción de no haber recibido el premio que merecían sus trabajos. Si usted se examina ahora por dentro y compara toda la obra de su vida con la recompensa que le ha granjeado, fíjese usted en que su única recompensa ha sido una escasa nutrición, y a lo último el lecho de un hospital, donde ni siquiera hablar puede; mientras que su obra ha sido nobilísima, puesto que no sólo ha trabajado para vivir, sino que ha-acudido como soldado de fila a prestar su concurso a empresas gigantescas, en las que otro había de recoger el provecho y la gloria. Y eso que usted ha hecho revela que el temple de su alma es fortísimo, que lleva usted en sus venas sangre de una raza de luchadores y de triunfadores, postrada hoy y humillada por propias culpas, entre las cuales no es la menor la falta de espíritu fraternal, la desunión, que nos lleva a ser juguete de poderes extraños y a que muchos como usted anden rodando por el mundo, trabajando como obscuros peones cuando pudieran ser amos con holgura. Piense usted en todo esto, y sentirá una llamarada de orgullo, de íntimo y santo orgullo, que le alumbrará con luz muy hermosa los últimos momentos de su vida, porque le hará ver cuan indigno es el mundo de que hombres como usted, tan honrados, tan buenos, tan infelices, ayuden a fertilizarlo con el sudor de sus frentes y a sostenerlo con el esfuerzo de sus brazos.»
Cuando abandoné el hospital pensaba: si alguna persona de «buen sentido» hubiera presenciado esta escena, de seguro que me tomaría por hombre desequilibrado e iluso, y me censuraría por haber expuesto semejantes razones ante un pobre agonizante, que acaso no se hallaba en disposición de comprenderlas. Yo creo que Agatón Tinoco me comprendió, y que recibió un placer que quizás no había gustado en su vida: el de ser tratado como hombre y juzgado con entera y absoluta rectitud. Las inteligencias más humildes comprenden las ideas más elevadas; y los que economizan la verdad y la publican sólo cuando están seguros de ser comprendidos viven en grandísimo error, porque la verdad, aunque no sea comprendida, ejerce misteriosas influencias y conduce por caminos ocultos a las sublimidades más puras, a las que brotan incomprensibles y espontáneas de las almas vulgares. Días atrás expliqué yo a mi criada, una buena mujer más ignorante que buena, el origen del mundo y la mecánica celeste. No seguí el sistema de Copérnico, ni el de Ticho Brahe, ni el de Ptolomeo, sino otro sistema que yo he inventado para entretenerme y que para mi criada, que no sabe de estas cosas, es tan científico como si hubiera sido sancionado por todos los grandes astrónomos del orbe. Al día siguiente vi entrar a mi criada con un ramo de rosas buscadas no sé donde, pues en estas latitudes no abundan, y entregarme, sin decir palabra, el inesperado e inexplicable obsequio; y cuando tuve en la mano el ramillete, me vino al pensamiento la explicación deseada y dije: las ideas de ayer han echado estas flores.
"Cada vez mais bendigo a hora que me trouxe a Espanha! o meu nacionalismo ampliou-se com a projecção que lhe faltava dum necessário complemento internacional. Achei-o aqui, ao contacto benéfico da madre Espanha, e à morte de Agatão Tinoco o terei de agradecer, sobretudo." (p. 30)
Ganivet "atribuía a decadência peninsular à falta de fraternidade do nosso espírito". Sardinha termina com uma nota de esperança. O presidente Epitácio Pessoa (1919-1922) aconselhara uma rápida aliança do lusitanismo com o espanholismo no que toca à situação de Portugal e Espanha na América. "Daqui o saúdo, a esse porvir, com os olhos de alma, adivinhando-lhe a realização plena". (p. 33)
1919 - A política espanhola
1919 - Portugal-Restaurado
1919-10-23 - Crónica de Espanha
1920 - À lareira de Castela
1920 - "Poemas Castellaños"
1920 - Portugueses e espanhóis
1920-05-10 - Amizade peninsular - Apendice (pp. 283-289)
A convite do marquês de Quintanar, houve um encontro no Ritz com portugueses. Estiveram presentes, Luís de Almeida Braga, António Sardinha, Vasco de Mendonça, Álvaro dos Reis Torgal e Constantino Soto maior. Alberto de Monsaraz não esteve presente por estar de luto.
... "as "direitas" dos dois países, que o sejam verdadeiramente por afinidade e por doutrina" (António Sardinha também aqui coloca "direitas" entre aspas - não aceitando a categoria partidocrática) - p. 285
Será celebrado o centenário de Magalhães. O conde de Vilas-Boas, então presidente da Junta Central do Integralismo Lusitano, representava então "o nome e o sangue" (a família) de Fernão de Magalhães.
Refere o prólogo do conde de Ramanones ao livro Portugal y el Hispanismo do conde Santibáñez de Del Rio (marquês de Quintanar) - "não se esqueceu a sensação que produziram as suas revelações acerca do procedimento do antigo rei de Portugal durante a insurreição de 1919. Pois acrescenta-lhe agora um comentário, bastante para meditar nas suas reticências, a carta do conde de Romanones." (p. 286)
"A Espanha culta começa a mirar com interesse Portugal" (pp. 288-289)
1921 - A festa da raça
1921 - Paixão de Espanha
1922 - Hispanismo e Latinidade
1922 - "Portugal, tierra gensor!"
1922 - 1640
1922-06 - António Sardinha - O Pan-hispanismo
1924-10 - Madre-Hispânia