El movimiento nacional-sindicalista portugués
Francisco Rolão Preto
Publicado na revista Acción Española, Madrid, de 16 Outubro de 1933 a 1 de Abril de 1934. Um pouco mais de três meses meses depois, em 10 de Julho, Rolão Preto era detido e expulso para Espanha. Em 29 de Julho, através de uma Nota Oficiosa distribuída pela imprensa diária, o chefe do Governo, Oliveira Salazar proibia o Movimento Nacional-Sindicalista, convidando os seus elementos a aderir à sua União Nacional ou, sendo estudantes, à Acção Escolar de Vanguarda (AEV, precursora da Mocidade Portuguesa).
La república democrática que en 5 de octubre de 1910 se instaló sobre las ruinas de la monarquía liberal portuguesa, nació, vivió y murió bajo el signo del sectarismo y de la guerra civil. Nunca, en dieciséis años de tiranía demagógica, logró encuadrar a la Nación, que siempre se mantuvo o indiferente o hostil a sus tiranos. Triunfo de la masonería, asesina del Rey Don Carlos y de su hijo el Príncipe D. Luís Filipe, y triunfo de la izquierda, carbonaria y anticatólica, la república pasó desde sus comienzos a ser feudo absoluto de un siniestro personaje, atrabiliario y fanático: Afonso Costa. Recordar aquellos sangrientos y odiosos tiempos, es recordar la tragedia temerosa de los asaltos a los conventos, los asesinatos de jesuitas, las persecuciones a los adversarios y las huelgas interminables y tumultuosas.
Tal régimen no podía consolidarse por ser la negación total del modo de ser del pueblo portugués, cuerdo y religioso. Aún después de entrar en la fase constitucional, no consiguió equilibrar su vida política. Como régimen parlamentario le era indispensable, vital, la existencia de un partido conservador electoralmente fuerte, que pudiese alternar con la izquierda en el ejercicio del poder. Fué en vano, sin embargo, el que la derecha de la república intentara organizarse; el régimen, hasta su muerte, estuvo siempre apoyado apenas en un solo pie...
António José de Almeida, espíritu romántico, idealista apasionado, fué el alma de la Fronda portuguesa, algo así como una mezcla de Dantón y de Camilo Desmoulins. Pero, como todas las frondas, fue inútil su batalla contra los jacobinos impetuosos y sin escrúpulos apiñados en torno de Costa, de un Robespierre, que ni siquiera como el verdadero mostraba una máscara de incorruptible.
Cansada de los desbarajustes y de los vejámenes de la tiranía demagógica, la Nación reaccionó a veces desesperadamente. Unas, esa reacción formó en torno de los caudillos monárquicos — Paiva Couceiro y João de Azevedo —, otras apoyándose hasta en el puesto de mando de algunos republicanos bien intencionados, intentando así sacudir el yugo.
La primera tentativa se debe al Presidente Manuel de Arriaga, un intelectual y un aristócrata, quien entrega el poder al general Pimenta de Castro, que parecía contar con el ejército.
La demagogia, barrida del mando, volvió a la carga, y el pobre general que, como su propio ministro del Interior me contó, no tuvo noticia de la revolución que lo iba a derribar sino en su víspera y por un amigo particular, fué vencido sin gloria en el sangriento golpe del 14 de mayo de 1915. La saña jacobina se hizo implacable, y republicanos ilustres fueron inmolados a los dioses del terror, pues los dioses tenían sed...
Sidónio Pais es la segunda tentativa heroica para salvar el régimen. De nuevo el ejército, por sus elementos más jóvenes — Escuela de Guerra y oficialidad —, barre con su espada a la cuadrilla demagógica. La Nación se yergue esperanzada en derredor de Sidónio Pais, convertido en cónsul. Y este, inteligencia viva y culta, conocedor del mundo (había sido ministro de la República en Berlín), intenta en verdad corresponder a la esperanza de Portugal. Ya entonces el apostolado integralista había empezado a extenderse por el país. Sidónio respira en el aire la verdad de nuestra doctrina y procura servirse de ella sirviendo a la Nación. Hipólito Raposo y Martinho Nobre de Melo (el segundo ministro últimamente de la Dictadura en Rio de Janeiro), organizan el primer estatuto electoral que da acceso al Parlamento a las profesiones. El Senado se constituye en ese sentido, con lo que, si no era todavía corporativista, ya era profesional.
Fué pronto, sin embargo... Los jacobinos se vengaron de Sidonio asesinándole. El País, aterrado, recurre una vez más a los jefes monárquicos para evitar la catástrofe, pero estos no consiguen impedir que la monarquía se les vaya de entre las manos por segunda vez. La demagogia en este momento parece triunfar totalmente y para siempre. Viene un período aterrador de asesinatos y de vilezas. Machado dos Santos, el fundador militar de la República; António Granjo, el defensor de sus primeras horas; el comandante Carlos da Maia, que en el mar decidió la victoria de 5 de octubre, todos caen asesinados en las calles de Lisboa, en el más horroroso de los dramas. Al mismo tiempo el descalabro financiero y parlamentario era tal, que un jefe de Gobierno, António Maria da Silva, proclama desde lo alto de su tribuna que «el país estaba a saco».
Fue en esa agonía, en ese vejamen, en esa sangre vertida por las manos asesinas del jacobinismo, en la que la reacción del país creció́ y se vigorizó de nuevo.
Un elemento inédito, ya entonces decisivo en las batallas del pensamiento nacional, se evidencia esta vez ordenando la lucha: el Integralismo Lusitano. Las élites activas de las Universidades y las promociones jóvenes del Ejército acompañan al Integralismo en sus luchas valerosas contra el parlamentarismo y contra las mentiras de la Revolución francesa, que la República portuguesa había tomado como su base ideológica.
Vencido en el campo de las ideas, el régimen se mantenía por la corrupción y por la velocidad adquirida. Las últimas elecciones de la democracia portuguesa representan su mayor victoria política; tal era el poder de las clientelas electorales de su único partido, el partido de los amigos de Afonso Costa, que fue, con pequeños interregnos, el único detentador del poder durante dieciséis años. El alma de la mocedad lusitana estaba, sin embargo, por completo exenta de la podredumbre del régimen y su continuada actuación cerca de los elementos militares, consiguió el milagro del 28 de mayo.
El general Gomes da Costa, figura admirable de la epopeya africana y de las trincheras de Flandes, blande su espada prestigiosa en la ciudad de Braga, y asistido de todo el Ejército y de los votos de la Nación, va hasta Lisboa a liquidar una demagogia tan miserable y servil, que capitula sin disparar un tiro...
Así́ terminó la innoble tiranía que en dieciséis años infamó con sus hazañas la gloriosa historia de Portugal.
* * *
La Revolución del 28 de mayo que se hizo contra el partido democrático, única fuerza de la democracia portuguesa, no encontrando frente a ella la resistencia indispensable para su depuración, tuvo que sufrir después las más duras consecuencias. Así, los primeros años que siguen a su triunfo los ocupa la batalla contra los asaltos de reacción demagógica, prontamente caracterizada de comunismo y contra las traiciones internas de sus propios malos elementos. Lentamente, en sucesivas eliminaciones que la lucha fué provocando, caminó hacia su estabilización el nuevo orden de cosas.
¿En torno a qué principios podría la situación política equilibrarse y mantenerse sino en torno de aquellos que condenaban a su enemiga jurada la social democracia? Las doctrinas integralistas que habían formado la mentalidad de los elementos activos de la Revolución, fueron lógicamente aceptadas como base de las realidades políticas del Orden Nuevo.
Surgió, sin embargo, una dificultad. El Integralismo reclamaba para clave de su arco, para cúpula del edificio del Estado, un jefe que no fuese electivo: el Rey. Ahora bien, el frente único que condujo a los portugueses a su rescate del 28 de mayo exigió de los monárquicos el sacrificio momentáneo de no provocar la cuestión del régimen ante el enemigo común (1926-06-15 - O Integralismo Lusitano suspende a reivindicação política monárquica). Lo cumplieron honradamente. La doctrina integralista, omitiendo al Rey, esto es, municipalismo, descentralización, sindicalismo, corporativismo, etcétera, fue entonces aceptada y proclamada desde lo alto del poder por el Dr. Oliveira Salazar, ministro de Hacienda, en su discurso del 30 de julio de 1930. [1930 - Oliveira Salazar - Princípios Fundamentais da Revolução Política]
La Nación oyó con entusiasmo las palabras con que el restaurador de las finanzas públicas perfiló los principios del nacionalismo integral. Y fué entonces cuando la Dictadura entendió útil reclutar una fuerza política, como apoyo civil junto al apoyo militar. Tal es la génesis de la Unión Nacional. Frente único de los amigos de la situación política creada por la Revolución, este organismo ocuparía el lugar del único partido permitido por las circunstancias. El Dr. Oliveira Salazar, presidente del actual Gobierno, colocándose después en la jefatura de la Unión Nacional, quiso hacer coincidir el Poder con esa organización primitivamente autónoma en contacto con los ministros de la Dictadura. Así se originó una nueva fase de la situación política portuguesa que tiende a definirse enteramente a través de los últimos acontecimientos.
El Dr. Oliveira Salazar, apoyándose en la Unión Nacional, organización ecléctica del género de la «Unión Patriótica» de Primo de Rivera, electoral y conservadora, presentó y sometió a un plebiscito del país una nueva Constitución de la República, que no es sino un compromiso entre la liberal-democracia y el corporativismo. (nota: era el proyecto del grupo "Seara Nova") El plebiscito realizado en circunstancias especiales, no representó la adhesión entusiasta de la nación al nuevo Estatuto, pues jamás entusiasman las fórmulas intermedias, pero significó, así́ y todo, su tácita aceptación. Ya han pasado siete meses después de este acto político del cual parecía depender un nuevo camino de la actual situación. Hasta hoy no se sabe con qué medios ni con qué hombres cuenta Salazar para su actuación. Y entre tanto, nuevas cosas surgirán en Occidente...
EL NACIONALSINDICALISMO
Para bien poder juzgar de la génesis de este movimiento y de su posición actual, nos pareció́ indispensable esta rápida visión a través de los últimos veinte años de política nacional. A la luz de los acontecimientos en que se encadena la vida de la república desde 1910 hasta nuestros días, es como mejor se puede comprender la verdad empírica que orienta este movimiento de salvación económico social que es el nacional-sindicalismo.
Fuimos tal vez demasiado largos, pero a nuestro pensamiento acudió la idea de que el lector español disculparía el abuso que de su paciencia cometemos, al considerar las enseñanzas siempre útiles que le había de proporcionar la invocación de veinte años de historia tan próxima...
Del nacional-sindicalismo hablaremos, pues, en el próximo número, si Dios lo permite.
II - ÉLITES Y MASAS
HABIENDO, en nuestro primer artículo, pasado revista a la historia política de la república demagógica nacida en 5 de octubre de 1910 y a las reacciones que provocó en el País, asta nuestros días, se comprenderá más fácilmente el sentido que u obra imprimieron los fundadores del movimiento Nacional-Sindicalista.
El error, tantas veces repetido, de los conservadores político-sociales portugueses, frente a sus adversarios, consistió, evidentemente, en oponerles una reacción más o menos proporcionada a su ataque, en lugar de considerar, con espíritu superior al de la Revolución que les había vencido, la necesidad de una Revolución Nueva. Su misma posición de «conservadores» era un indicio seguro de su fracaso. En efecto, todos los conservadores son del partido de la derrota, después de haber sido en su tiempo, como revolucionarios, del de la victoria. Su combate a la Revolución, como tal Revolución, es ilógico, ya que también ellos fueron revolucionarios y como tales, combatieron a los conservadores de las conquistas de la Revolución anterior.
La contrarrevolución portuguesa tuvo, pues, el mismo destino de todas las contrarrevoluciones: ser derrotada. Vencida cuando los emigrados de Galicia intentan levantar a su favor a las poblaciones del norte de Portugal; vencida cuando cree apoyarse en la espada de Pimenta de Castro; vencida en Sidónio Pais ; vencida con los sublevados de Monsanto y de la Monarquía del Norte, en 1918. Este levantamiento de 1918 para la restauración de la Monarquía, es el último esfuerzo caracterizadamente contrarrevolucionario. La reacción reconocía, al fin, su impotencia ante las ruinas y los desastres a que condujo la lucha contra los jacobinos triunfadores.
Fue entonces, cuando el Integralismo Lusitano, después de hacer un examen de conciencia a la mentalidad reaccionaria y conservadora de los monárquicos expuso, ante los portugueses perplejos o escépticos, las primeras condiciones de la Revolución Nacional. Por vez primera, después del 5 de octubre de 1910, y, lo que es más, después de casi un siglo de liberalismo, el problema nacional aparecía al fin definido, no en función de principios abstractos de origen partidario y transitorio, sino en función de verdades eternas creadoras de civilización y de justicia. La familia, la propiedad, el municipio, la corporación, la cultura, las fuerzas morales, todos los factores esenciales de una reconstrucción eficiente del edificio nacional, fueron enfocados por el programa integralista con una luz enteramente nueva, revolucionaria. (El programa integralista, apareció́ por vez primera en la revista Nação Portuguesa, en 1914. Sin embargo, solamente a partir de 1918 comenzó a ser conocido en el País.)
La Revolución Nacional preconizada, surgía rompiendo sin piedad los viejos ídolos liberal-demócratas, por contrarios a los intereses de la Nación, agregado «eterno», que había que salvaguardar como garantía de las libertades y prerrogativas de los portugueses. El Rey, fiador histórico de esa Revolución, ocupaba de nuevo su lugar como árbitro y juez de la paz nacional. Movimiento de élites, la Revolución Nacional que el Integralismo Lusitano reclamaba no podía dejar de caracterizarse desde sus comienzos por su fisonomía aristocrática, aristocrática del espíritu. Su sentido era el de la Revolución, de alto a bajo: creación de cuadros y conquista del Estado.
Oliveira Salazar, que es actualmente el Dictador indiscutible de este País, interpreta, en cierto modo, los primeros pasos del Integralismo Lusitano, sin confesarlo todavía y con estas diferencias capitales: no tiene, ni pretende formar cuadros nacionales, no tiene ni pretende tener en torno suyo a los elementos que hicieron la Revolución Nacional, ni tiene al Rey.
Movimiento de élites, dijimos, el Integralismo Lusitano procuro lógicamente conquistar ante todo a las élites nacionales. No fué ni pudo haber sido un movimiento de masas. Fué, pues, un movimiento caracterizado y acentuadamente «político». Como Maurras, los jefes integralistas portugueses proclamaron la soberanía de la fórmula: politique d'abord. Lo económico y lo social venían después y serían considerados siempre en función del problema político. La Revolución del 28 de mayo que instauró la presente situación, tuvo, pues, en su base características exclusivamente políticas, ya que fue inspirada, y en gran parte hecha, por el Integralismo.
Mientras tanto, las consecuencias sociales y económicas nacidas de la gran perturbación europea, que fue la Guerra, sin alterar radicalmente — contra lo que se piensa —, los datos del problema, vinieron de una manera indiscutible a dar tal relieve a factores aparentemente secundarios, que, como consecuencia, se modificó toda la fisonomía de las naciones. El Estado, índice de formaciones políticas, pasó a querer transformarse en órgano de las fuerzas económico-sociales, y esta tendencia, al acentuarse y generalizarse en todas partes, aceleró la decadencia, ya manifiesta, de los partidos políticos. Para subsistir, debían transformarse — aún en las naciones en que el Parlamentarismo conservaba cierto prestigio —, en corrientes representativas del sentido económico. En Inglaterra, en Francia, en Bélgica, en los Estados Unidos de América, el fenómeno es claro y sin apelación. El viejo Partido Conservador inglés, tuvo que encarnar, para renovarse y mantenerse, la representación de los intereses de los grandes labradores y de la gran industria de su país, al mismo tiempo que el laborismo se mostraba como el portavoz de las fuerzas Obreristas. Entre ambos, el en otro tiempo glorioso Partido Liberal, aún decisivo durante la Guerra, como no se presentaba bajo ningún signo económico, integrado como está por funcionarios y clases liberales, no pudo mantenerse y se derrumbó totalmente. Lo mismo sucedió en Bélgica al Partido Católico, convertido en el centro del gran capitalismo contra el Partido Socialista de Wanderwelde, alma de la resistencia obrera. Emparedado entre los dos se fue reduciendo a la impotencia el Partido Liberal. El sentido de la política francesa no es otro, contándose hoy sus crisis y perturbaciones por las crisis y perturbaciones económico-sociales y no, como en una época bien reciente todavía, por las crisis y perturbaciones de origen laicista o de defensa de la República. La crisis americana que echó por la borda al Partido Republicano entregando los destinos del país al Partido Democrático, no tuvo su origen en ningún problema de orden político, sino en indicaciones de orden económico, proteccionismo, inflación, etc.
Todo esto significa que lo «político» está hoy ampliamente condicionado por lo «económico» y por lo «social». De aquí́ la sustitución de la política de élites, de la política de cuadros, por la política de masas. En la batalla política propiamente dicha intervenían, casi exclusivamente, las élites intelectuales o las élites activas. En la batalla económico social, las masas ocupan su lugar, despertadas por un sentimiento profundo de interés inmediato en juego y conducidas por un pragmatismo fuerte que no cede ya ante ilusiones de orden político. Por esto el hombre de Estado no puede gobernar hoy sin tener consigo las masas o, al menos, sin interesarlas. El ambiente de su acción no se puede ya limitar a las coteries, a las clientelas y a los cortesanos que se mueven en derredor suyo. El estadista moderno, si verdaderamente lo es, tiene que saber manejar las masas, esto es, saber interpretar su voluntad, el sentido de sus reivindicaciones y los motivos de su inquietud.
Una forma nueva de Democracia — si tan desacreditada palabra puede tener aún sentido —, parece nacer de las ruinas definitivas de la democracia muerta. El verdadero representante de la opinión del pueblo va a hacerse elegir a la plaza pública, interpretando ante él su sentir y sus anhelos. Harto de la mistificación de las urnas donde introducía un boletín de voto que le recomendaban una prensa vendida y una presión nacida de los grandes intereses financieros y oligárquicos, el pueblo ya no cree más en el milagro que de esas urnas pueda salir. Quiere ver y oír al jefe, para seguirle y darle su confianza. Hitler, surge en la plaza pública, dice lo que el pueblo siente, se subleva contra lo que el pueblo se subleva, se arrodilla delante de aquello ante lo cual el pueblo se postra y después, seguido del pueblo, realiza lo que se puede realizar. Él es el elegido. He aquí al Jefe. Esta es la nueva forma de la democracia. Grecia es eterna.
POR QUÉ SURGIÓ EL NACIONAL-SINDICALISMO
De las condiciones actuales en que el programa político se planteó a través de las impresiones económico-sociales del país, nació el movimiento Nacional-Sindicalista portugués, en lo que respecta su ideología. Por otra parte, el Dr. Oliveira Salazar, a quien la Nación debe los esfuerzos de reconstrucción financiera a que estamos asistiendo, no mostrando querer gobernar según las directrices de su tiempo, dio al Nacionalsindicalismo los motivos de su acción. Hombre de Centro Católico, aunque no hombre del Centro Católico, el Dr. Salazar se mostró naturalmente receloso ante todos los nacionalismos revolucionarios, como Bruning, como Dom Sturzo, como Monseñor Shepel; Salazar, catedrático, se reveló lógicamente adversario de las revoluciones que no vienen de arriba abajo; autoritario como todo intelectual, Salazar, consecuentemente, desprecia las inquietudes y los anhelos de las masas. Teniendo que presentar un programa Salazar que no lo tenía, se hace heraldo de una parte del programa integralista de 1914 (discurso de la Sala do Risco, en 1930). Comienza aquí una serie de paradojas a que las circunstancias y su temperamento le obligaron.
El movimiento Nacionalsindicalista encontró aquí toda su oportunidad inmediata. Nacionalistas revolucionarios que tienen como programa la Revolución Nacional de los Trabajadores, los Nacional-Sindicalistas portugueses, que son una élite, se lanzaron a la conquista de las masas para rodear con ellas un día a Salazar y hacer posible una obra común de salvación pública, de otro modo bien difícil.
PENSAMIENTO Y ACCIÓN
El movimiento nacional-sindicalista nacido, como hemos visto, de la inquietud revolucionaria social y económica del país y de las circunstancias especiales en que se iba desenvolviendo la acción gubernativa salida de la Revolución del 28 de mayo de 1926, tuvo una virtud desde sus primeros momentos: la de polarizar toda la juventud nacionalista. De las Escuelas, de los Cuarteles, de las Fábricas y de los Campos, los primeros en entender la necesidad de una organización ajena al plano político y que se desenvolviese, nítidamente, en el de las reivindicaciones económicas, fueron los de menos de treinta años. Siguieron después los de menos de cuarenta, pero en un porcentaje que la poca libertad de movimientos a que los condiciona la crisis económica frente a las posibilidades del Poder, explica ampliamente. El movimiento surgía como todos los movimientos europeos congéneres. Fascismo y Nazismo, sin un programa rigurosamente definido al modo de los antiguos partidos. Definir es limitar, había dicho Mussolini. La Revolución social nacional que el Nacional-Sindicalismo preconizaba, estaba en el corazón de todos y solamente urgía hacerla pasar al cerebro, concretándola en formas y dotándola del condicionalismo necesario a todas las realizaciones. Seguramente, las masas atraídas en los primeros momentos de la propaganda, no se embarazaban demasiado con los problemas de orden técnico en que se encuadran el Trabajo y la Producción. Las movía con preferencia, evidentemente, un movimiento de justicia más en función de una nueva ordenación de los factores sociales y económicos dentro de la Nación, que en función de un análisis profundo de cada uno de esos factores. He aquí por qué las conviene largamente, como bandera, las indicaciones sintéticas donde tiene cabida y limitación su anhelo, dándole así base segura para todos los motivos de acción. Los doce mandamientos de la Producción — ya resumidos por mí en 1920, en un libro de conclusiones nacionalistas y revolucionarias titulado "A Monarquia é a Restauração da Inteligência"—, es el tipo de fórmulas que ha conquistado más sufragios. En esta síntesis hay un sentido objetivo que estaba en el deseo de todos tropezar. Hay en cada uno de los mandamientos una indicación rápida para el pensamiento actuante, que no se pierde en rodeos en marcha. Examinémoslos. De su examen, aunque sea rápido, resultará un conocimiento más exacto del pensamiento que mueve a las masas Nacionalsindicalistas portuguesas.
LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
I. Negamos que la organización social pueda tener por base al individuo.
II. Negamos la disociación de los elementos de la producción nacional, o, lo que es lo mismo, negamos la existencia aislada de clases, artificio que pone en litigio los componentes necesarios de un mismo todo.
III. Negamos la solidaridad del proletariado universal, por cima y contra las fronteras sagradas de las naciones.
IV. Condenamos la libertad del trabajo, la libre concurrencia y la libertad de comercio, por contrarios a la producción.
V. Condenamos la centralización democrática, el monopolio parlamentario y toda acción de las asambleas políticas sobre la gestación y dinámica de la producción.
VI. Condenamos toda organización de productores que no sea pura y nítidamente profesional.
VII. Afirmamos que la Familia es la célula primera de la sociedad.
VIII. Afirmamos que la producción es el conjunto orgánico de sus tres partes esenciales : Capital, dirigentes y obreros.
IX. Afirmamos que el «grupo económico» (Sindicatos, Corporaciones, Oficios, etc.), es la base de la producción.
X. Proclamamos al Estado, jefe de la producción nacional y la obligatoriedad del trabajo que en este momento asiste a todos los portugueses.
XI. Proclamamos la propiedad como un derecho sagrado, por interés de la producción y por interés nacional.
XII. Proclamamos la «Nación eterna», como razón primera de nuestra existencia social; a la Nación viva y activa, através del color específico de la «Provincia», de la «Región» y del «grupo económico».
III - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
I.
Negamos que la organización social pueda tener por base el individuo.
El primero de los doce principios es resultante clara de la condenación que la Economía moderna lanzó sobre el liberalismo económico, la escuela de Adam Smith.
El triunfo del individuo sobreponiéndose a la organización del Grupo —sindicato y corporación— se realizó a través de la marcha de la Revolución Industrial y del Maquinismo como cosa absolutamente contraria a los intereses de la Producción.
El Individualismo es la anarquía económica; la superproducción o la miseria, el paro o el capitalismo pictórico. El mundo moderno atraviesa la gravísima hora del presente, porque se dejó conducir por ese absurdo: el liberalismo económico.
Libre ante un Estado completamente indiferente en materia económica, sin deberes determinados por la necesaria solidaridad de una comunidad nacional, el individuo puede disponer a su talante de las posibilidades que le proporcionó la industria moderna, sin preocuparse de las víctimas abandonadas en el camino. De ahí todas las consecuencias funestas que llenan el período histórico llamado ocapitalismo». El Cartel, el Trust, la Compañía, todas esas modalidades de la concentración capitalista que fueron la muerte de las pequeñas empresas y lograron la proletarización de las masas trabajadoras, son el fruto maduro del individualismo económico y la fuente de todas las injusticias, de donde nace la rebeldía de los esclavos modernos.
Ajeno a la batalla donde se mueven libremente las ambiciones y apetitos de los individuos, el Estado fué en breve dominado por las fuerzas capitalistas, que de él se habían servido como de palanca para sus más arduos y poderosos esfuerzos. Haciendo diputados, porque era dueño de la Prensa y a través de ella de la opinión pública, o comprándolos ya hechos, como cínicamente aconsejaba un jefe político del liberalismo portugués, el capitalismo legisló en su provecho y gobernó sólo para su propio interés.
Así, por trágica paradoja, el liberalismo económico fue la muerte de todas las libertades económicas del individuo, libertades que él tenía a gala defender.
De todas maneras, pues, quebró una doctrina que favorecía, en lugar de combatir, los instintos ambiciosos, exclusivistas y absorbentes del hombre considerado exclusivamente como individuo y no como elemento social por excelencia.
He aquí por qué condenamos una organización social que se basa en el individualismo, que es su negación completa.
II. Negamos la disociación de los elementos de la producción nacional, es decir, negamos la existencia independiente de las clases, artificio que pone en litigio los componentes necesarios de un mismo todo.
El materialismo histórico, criterio que sirvió a Marx para plantear los problemas económicos de su tiempo, condújole la mayor parte de las veces a conclusiones absoluta y desastradamente equivocadas.
La lucha de clases propugnada por el autor de El Capital como base de la Revolución Social es, entre esos errores, uno de los mas funestos. La Producción disociada, y más aún, en permanente combate íntimo de sus elementos esenciales, es una doctrina antieconómica por naturaleza, una doctrina ruinosa.
Marx no sólo no consideró el problema a la luz de las necesidades económicas, sino que no supo conjeturar el sentido en que el Maquinismo y la Revolución industrial conducirían al mundo de la Producción.
Tales defectos de previsión quedan en verdad atenuados si se considera la distancia que de él nos separa, distancia que no se puede contar sólo por los años transcurridos, sino también por la naturaleza de los mismos durante la guerra y después de ella. De hecho, la pujanza del pensamiento marxista coincide con una época económica y social que parece dar la razón a los postulados de su credo.
Sin embargo, de 1870 en adelante, el cuadro de las condicio- nes económicas va paulatinamente modificándose. Hasta entonces el juego de la economía liberal parecía de veras asegurado. La libre concurrencia no encontraba obstáculos que desviasen su pre- visto sentido. La intervención del maquinismo aceleró entre tan- to las cosas. En cuanto la empresa se supo o se pudo limitar a la batalla económica con base individualista, no la afectaron graves consecuencias sociales. Las leyes de la economía parecían ciertas. La oferta y la demanda establecían el ritmo de la producción. Pero desde que el desarrollo del maquinismo y el nacimiento de nuevos métodos de producción condujeron a la concentración capitalista y a la agrupación de grandes masas proletarias, el problema económico cambia pronto de sentido, ofreciendo ya características sociales indiscutibles.
Marx, observando el fenómeno, comprendió que de allí en adelante los acontecimientos iban a desarrollarse bajo un signo contrario al individualismo. La concentración capitalista y el advenimiento de las masas proletarias creando un nuevo pacto social, aparecían como dos fuerzas opuestas, dos antagonismos naturales: la riqueza de unos medrando a costa de la creciente miseria de otros.
Entrábase así en la era que el criterio histórico del marxismo señalaba como de transición entre la muerte del capitalismo y el triunfo del trabajo manual: la lucha de clases. Patronos contra obreros, en titánica lucha, acabarían por modificar totalmente las condiciones económico-sociales del mundo. La victoria no era difícil vaticinar de quién sería. Las necesidades de la defensa capitalista en régimen de anarquía económica irían poco a poco acrecentando la concentración capitalista, de suerte que la batalla se daría en el porvenir entre una masa, cada vez más nutrida, de trabajadores manuales, y un número, de día en día más corto, de grandes capitalistas.
Por eso, Karl Marx propugnaba la lucha de clases como medio de obtener en el futuro el Poder para el proletariado. Marx no podía entonces considerar el problema con los nuevos datos que sólo más tarde, después de su muerte, surgirían.
La nueva fase del capitalismo, pasando de dinámico a estático y pernicioso, se llama super-capitalismo, y alcanza su apogeo en el período de la guerra y de la postguerra.
Los trusts y los cartels cobran asombrosas proporciones, superando las fronteras de los países de origen para extender su avasalladora red al mundo entero. Es el momento en que, para mejor repartirse los beneficios, las grandes empresas se asocian, adscribiéndose tácitamente el libre juego de la economía en que habían nacido y tomado cuerpo.
¿Iban, pues, a realizarse entonces las profecías de Marx? ¿Veríase el capitalismo cada vez más concentrado, y, simultáneamente, crecería hasta el infinito la «clase» proletaria, quedando aplastada entre ambos la clase media?
He aquí lo que no llegó a verificarse.
En primer lugar, la nueva técnica que la Revolución industrial hizo triunfar, si de un lado asoció empresas, estableció del otro una creciente diferenciación de fábricas, descongestionando los grandes centros industriales y formando nuevos núcleos, siempre limitados. E después, para conseguir beneficios, era menester vender, y para vender era preciso consumidor. Una vez que el consumo no era ya ilimitado, las empresas tuvieron que aumentar la propia capacidad de compra de sus operarios, para que fuesen ellos los primeros consumidores. De aquí los salarios altos, y de aquí la creciente desproletarización de las masas obreras. Así, con el super-capitalismo no se realizaba el vaticinio de Marx, pues en lugar de aumentar la proletarización de los trabajadores, éstos mejoraban en condiciones económicas. Las clases medias, lejos de ser aniquiladas, tomaban nuevo aliento con la aparición de las grandes industrias, porque la grande empresa especializada producía las pequeñas industrias accesorias.
Reparad, por ejemplo, en la industria de automóviles: ved cuántas pequeñas empresas nacieron del «auto» construido en las grandes fábricas: venta de accesorios, construcción de carrocerías, reparaciones, garajes, etc.
Finalmente, el super-capitalismo, para mejor guarnecerse, apeló a las posibilidades del Estado, mejor dicho, apoderándose del Estado, le impuso la ley de su propio interés, defendiendo con barreras arancelarias sus productos. El capitalismo, dando este paso, acabó, sin embargo, con la libertad que le quedaba. En resumen, en los países en que el Estado se emancipó del régimen liberal-demócrata — Jauja del capitalismo—, la nueva ley, aceptando el precedente, impuso sus condiciones.
Entonces fué cuando la Producción comenzó con verdad a ser considerada como un gran hecho social. El problema para los Estados nacionalistas pasó, naturalmente, a ser planteado en función de la paz social, es decir, de la Justicia.
Entonces se vio lo que los nacionalistas proclamábamos hace muchos años.
La Producción se componía de diversos elementos esenciales. Pero esos elementos no podían combatirse sin menoscabarse mutuamente. Teniendo el Estado que imponer la justicia para obtener la paz social, tendría que considerar esos elementos, no disociándolos ni contraponiéndolos, sino coordinándolos y garantizando el derecho de cada uno. ¿ Cuáles eran, pues, los elementos sin los cuales la Producción sería imposible? El capital, el trabajo y la técnica. Las «clases» se aparecían como un error ante la economía moderna.
En fin, ¿qué criterio estimativo serviría hoy para valorar las «clases» ? ¿ El criterio censitario ? ¡ Pero si la técnica moderna concede a un tornero mecánico el sueldo de un funcionario del Estado! ¿El criterio de cultura? ¿Pero si un labrador rico o un gran capitalista industrial no tiene hoy más cultura que un hombre de carrera de la clase media hijo de su administrador o del contramaestre de su empresa!
No habiendo distinción entre las clases, ¿ cómo puede todavía interesar la lucha de ellas ante la soberanía de la Producción, que engloba a todas y vive de su conjunto?
III. - Negamos la solidaridad del proletariado universal por cima y contra las fronteras sagradas de las naciones.
La historia de las Internacionales Obreras demuestra con vivísimos ejemplos el absurdo que supone la negación de las realidades nacionales cuando se quiere crear la solidaridad proletaria por cima de sus fronteras.
La Primera Internacional, fundada por el propio Marx y por su discípulo Engels, acaba desastrosamente en la guerra del 70, cuando franceses y alemanes se ametrallan por los intereses de sus países respectivos. Y de tal manera las realidades nacionales pesan en el espíritu de los fundadores de la Primera Internacional Obrera, que ni Marx es ajeno a su influencia, ya que él mismo, en cartas a Engels (*), muestra su regocijo por la victoria alemana...
(*nota de rodapé: La clase obrera alemana es, bajo el punto de vista de la teoría y de ]a organización, superior a la francesa; su victoria en el mundo contra los obreros franceses, supondría al mismo tiempo la victoria de nuestra teoría sobre la Proudhon». Brief wechsel, t. IV, p. 29, 6. / En otra carta a Engels, de 20 de julio de 1870, Marx decía : «Los franceses necesitaban ser apaleados». (Die Franzosen brauchen Priegel). Brief -werchel f. V. R. / Citamos a mayor abundamiento esta prueba de germanismo de Marx, cuando escribía dando instrucciones a Bolte, en 1871: «La orden del día es que en el Consejo general reine el pangermanismo, es decir, el bismarkismo». Marx a T. Bolte, Londres, 28 de noviembre de 1871. Briegefund.)
La Segunda Internacional se descompone y liquida en agosto de 1914, cuando la Gran Guerra llama a la defensa de las fronteras a los pueblos enfervorizados y en armas. Entonces fué cabalmente la sección obrera alemana la que dio ejemplo de más ardiente nacionalismo. La política guerrera del Imperio alemán encontró en los marxistas nacionales sus mejores auxiliares.
El «camarada» Sedukun fue enviado a Italia para abogar entre las clases proletarias por los intereses de la Alemania imperial, y el «camarada» Koster (**), entre otros, va a la Bélgica invadida a convencer a los obreros belgas de la justicia de la victoria alemana...
(**nota de rodapé: Conocida es la acción del camarada Koster, en Bélgica, bajo la dominación. Para convencer a los obreros belgas de que debían trabajar en los ferrocarriles que servían al frente alemán, Koster defendía la civilización germánica, y cuando le salían al paso con la honra ultrajada de la nación belga, Koster respondía: La honra es un prejuicio burgués con el que los obreros nada tenemos que ver».)
Más tarde, cuando la derrota se aproxima, es aún en sus marxistas en quienes Alemania fía la salvación, enviándolos a Zimmeswald a conquistar a los camaradas franceses e italianos para una paz prematura.
Viene luego la Tercera Internacional, y en ella el espíritu nacionalista de las secciones es tan intenso, que pronto hubo de dividirse en Internacional Roja, en la cual predominan los intereses paneslavos, dirigidos... por la Dictadura del proletariado de Moscú, e Internacional de Amsterdam, donde franceses, ingleses y alemanes se disputan la primacía de la influencia.
Así, cuando la nación hace su sagrado llamamiento a la defensa de la tierra en que nacimos, todos los lazos de ilusoria solidaridad por encima de las fronteras, se deshacen como humovano. Una solidaridad más fuerte, hecha de vivas y vernáculas realidades, une bajo la misma bandera todos los esfuerzos y todas las energías de un pueblo. Contra ella, nada puede el convencionalismo internacionalista de las horas de paz.
IV - Condenamos la libertad de trabajo, la libre concurrencia y la libertad de comercio, por contrarios a la Producción.
No consideramos derechos sin obligaciones.
Condenados por la economía moderna, el liberalismo económico y el individualismo, condenadas están todas sus manifestaciones esenciales.
La libertad de trabajo y la libertad de comercio nos llevaron al supercapitalismo y a la superproducción, ruina del mundo actual.
Producir como fuere, desentendiéndose de las reglas generales de la Producción y del Consumo, dio como resultado, por ejemplo, la superabundancia de trigo en los Estados Unidos y la ruina de los labradores de este país. Comerciar sin poner un límite a las ganancias y a la ambición natural del mercantilismo, fue el camino que condujo al capitalismo especulativo, meta de la tiranía financiera.
La Producción es un fenómeno en el que intervienen factores materiales y morales, que si no se sujetan a un justo equilibrio, pueden llevarla a graves crisis y aun a la misma muerte.
Sin la anarquía económica en que vivimos, muy otro sería el estado del mundo. La independencia de unos, la especulación de otros, todos los restos del duro trance que atravesamos, todas esas razones hubiera sido inútil intentar oponerlas en régimen de liberalismo económico.
Sólo una vasta, coordenada y profunda organización econó- mica puede imponer obligaciones donde hay derechos, limitar ambiciones, encaminar iniciativas, organizar previsiones.
Tal organización excluye, naturalmente, individualismos anárquicos y desenfrenados apetitos personales. Es la organización por grupos económicos que mutuamente se limitan y condicionan. Trabajo, distribución, consumo, son otros tantos factores que la comunidad nacional ha de tener presentes al resolver el problema de su destino.
Nada en ellos puede ser arbitrario y desordenad ; todo tendrá que obedecer a la ley del interés común.
IV - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
V. - CONDENAMOS LA CENTRALIZACIÓN DEMOCRÁTICA, EL MONOPOLIO PARLAMENTARIO Y TODA LA ACCIÓN DE LAS ASAMBLEAS POLÍTICAS SOBRE LA GESTACIÓN Y DINÁMICA DE LA PRODUCCIÓN
As necesidades de defensa del sistema capitalista nos llevaron a la conquista para él, previsor y hábil, de todo el engranaje del Estado demócrata o liberal-demócrata. La ley económica, en todo lo que podía ser influída por las posibilidades del Estado, pasó pues a recibir la orientación capitalista a través de los órganos políticos conquistados. A eso nos condujo «la gran palanca de emancipación»: el sufragio. Tener en la mano las masas electorales era tener el dominio directo sobre el Poder. Para conquistarlas, nadie en situación tan privilegiada como el Capitalismo.
Sensibles a la gran prensa y a los beneficios que en momentos dados sólo las grandes empresas pueden dispensar, los electores eran dócil juguete de los grandes intereses económicos que se disputaban entre sí la posesión de un país.
Los elegidos en las urnas después de ruidosa y violenta «disputa de ideas», se vio pronto que no eran más que simples mandatarios de las grandes empresas o de los grandes «trusts» que las concentraban y reunían. La vida cívica desapareció paulatinamente para dar paso al triunfo brutal de Oa vida económica. De día en día, a medida que el Capitalismo se veía obligado a abroquelarse en la legislación de un país, crecía y se hacía más absorbente su acción política. No se hizo, pues, esperar el he- cho de que los Parlamentos se vieran únicamente dirigidos por la trama oculta de los grandes intereses —Banca, Industria, Gran- des terratenientes— y los partidos políticos, perdieron toda su independencia, que a veces los había hecho heraldos de una ideología más o menos definida y puntualizada, no pudieran huir a su destierro, adaptándose ciegamente a la maniobra económica que los arrastraba.
Así el Capitalismo se vio dueño absoluto de la nación, teniendo en sus manos, gracias al sufragio, la palanca decisiva de la política.
Dominar en política liberal-democrática, era centralizar, reunir en pocas manos las riendas de la gobernación del país. A la concentración capitalista fácil le fue entonces manejar el arma de la centralización política, reforzándola con las imperiosas necesidades de la economía.
Libres de escrúpulos y sin que la nación pudiese exigirlas responsabilidades que se diluían en el turbio y movedizo mecanismo parlamentario, las Asambleas políticas se convirtieron en el enemigo más poderoso de la economía nacional.
Las élites del trabajo — manual o intelectual — fueron disueltas o dominadas fácilmente por las mayorías secuaces del capitalismo demócrata. La noción de la justicia en las relaciones entre los trabajadores fue sojuzgada por el criterio unilateral de la política partidista imperante. Las Asambleas parlamentarias ya no volverían a ver la posibilidad de tener en su seno representantes de los factores esenciales de la producción. En el funcionalismo y en los abogados de palabra fácil encontraron los Parlamentos su fondo propio y natural. De aquí su incompetencia, todos los días probada, para resolver los problemas de la economía nacional.
Desconociendo en absoluto las necesidades del país y los términos en que esas necesidades se planteaban ante la economía moderna, los «representantes del pueblo» mostrándose incapaces de prever el trágico camino a que la crisis económica arrojó a los países.
Mil veces probadas su incompetencia, su imprevisión, su venalidad, las Asambleas políticas son la pesadilla de los pueblos que todavía les encomiendan sus destinos y el amargo recuerdo de aquellos que antaño las adoptaran con todas sus funestas consecuencias.
VI. - CONDENAMOS TODA ORGANIZACIÓN DE PROUCTORES QUE NO SEA PURA Y NÍTIDAMENTE PROFESIONAL
Hemos visto que cuando la producción pasó a tener un sentido político para la defensa de sus intereses, se convirtió en oligarquía temible, absorbiendo en provecho de uno de sus factores — él capital — toda la actividad del país. Cualquier organización profesional que inscriba sus destinos en la bandera de una ideología política, proponiéndose conquistar así el Estado, prohija el mismo yerro del capitalismo, teniendo como él una visión unilateral de los problemas de la producción.
Como trabajadores, sólo una formación les es provechosa por ser la única que se dibuja a sus ojos con un propósito de justa y clara solidaridad: la organización profesional. Dentro de ese círculo de intereses justos creados por las mismas necesidades y las mismas aspiraciones, los trabajadores de un mismo oficio crean entre sí un espíritu de cohesión y estima recíproca cuyo alcance social a nadie escapa.
El sindicato profesional puro, libre de toda intención política, es hoy para todos los economistas la base segura de la reorganización económica del mundo. Así, pues, es de imperiosa necesidad afirmar y mantener cada vez más separado el sindicato del grupo político, la formación de orden económico-social, de la organización política militante. Oriéntense en buena hora por los mismos principios de doctrina económico-social unos y otros, pero nunca —para bien de la producción— se conduzcan por el mismo criterio asociativo los grupos de naturaleza económica y los de acción política. Sólo manteniéndose en su pureza profesional, lejos de todas las pasiones políticas, puede el Sindicalismo cumplir su dura misión en el mundo actual. Servirnos del Sindicato profesional como arma política, es inocularle desde luego el germen que descompondrá y liquidará para siempre al Sindicalismo.
En Rusia, por ejemplo, en un régimen que se proclama organización de productores, por excelencia, el sovietismo aniquiló el Sindicato, queriendo hacer de él un refuerzo del sistema político. La vida sindical desaparece atrofiada por la tiranía del secretariado del Partido comunista, sede de todo el poder en Rusia. Las reuniones de Sindicatos, las elecciones de sus cuerpos dirigentes, todo es controlado y dirigido por la mano de la política soviética, sin garantías profesionales.
En Rusia, prácticamente, el Sindicalismo ha muerto. El Estado lo reconoce paulatinamente y pretende resucitarlo; pero el Sindicalismo que preconiza nace siempre bajo el signo de la política soviética, y pronto agoniza y muere.
VII. - AFIRMAMOS QUE LA FAMILIA ES LA CÉLULA PRIMARIA DE LA SOCIEDAD
En los primeros seis «Mandamientos de la producción» se define, por así decirlo, la parte negativa, la que comprende la condenación de los principios contrarios al interés social-económico de la producción.
A través de cada uno de esos Mandamientos se aclara y toma cuerpo todo lo que las enseñanzas de la Economía moderna ordenan que debe ser repelido para bien del libre juego de la producción y de la justicia social en las relaciones entre sus elementos esenciales.
En los seis Mandamientos que vamos a analizar ahora, es la parte positiva la que se afirma, aquella que desde los cimientos sostiene toda la construcción del edificio social-económico que propugnamos.
Así, la base de ese edificio, la primaria y poderosa célula de esta nueva sociedad, como lo ha sido a través de los tiempos, es la familia. Este es, en efecto, el grupo social permanente, duradero, que en sí mismo se eterniza-, convirtiéndose en roca firme, sobre la cual se puede construir y levantar una obra resistente. Mientras el edificio social se quiso levantar sobre el individuo, se Je dio — como ahora se reconoce — una base mudadiza y efímera, de suelo de arena; a la nueva sociedad se le da, por el contrario, un cimiento de consistencia eterna. La familia, constituida así en fuerte base del edificio social, es el asiento de todas las virtudes que la prestan cohesión y valor humano. Restaurar la sociedad es, pues, en primer lugar, restaurar el sentido sagrado de la familia, creándola todas las condiciones morales y materiales que la dignifican y eternizan. De esta manera se imponen todas las fórmulas a través de las cuales se refuerza su seguridad y su estabilidad.
Reforzar la estabilidad de la familia no es, sin embargo, como tantos piensan, condenar tan sólo las leyes del divorcio. Es, en primer lugar, rodear el matrimonio de condiciones de «control» tales, que se puedan luego sofocar en sus brotes graves motivos de desorden moral y físico, que más tarde se desarrollan y ponen en riesgo la personalidad y la especie humanas. Y después, rodearla de las posibilidades materiales que garanticen su misión en el tiempo y en el espacio. Consolidar el patrimonio material de la familia es tan necesario para su existencia como mantener el patrimonio moral de la sociedad.
Homestead, salario mínimo familiar, acciones obreras de familia, habitación, etc., son los medios que se preconizan para el robustecimiento material de la institución familiar. Y no se trata evidentemente de considerar la familia bajo el aspecto caprichoso de un sentimentalismo romántico e inútil, sino de una doctrina que la restaure y fortifique para base de la sociedad futura.
VIII. - AFIRMAMOS QUE LA PRODUCCIÓN ES EL CONJUNTO ORGÁNICO DE SUS TRES PARTES ESENCIALES: CAPITAL, DIRIGENTES Y OBREROS
Cuando negamos la existencia de las clases» y su incesante litigio dentro de la producción, sacábamos la consecuencia, a través de las enseñanzas de la economía moderna, de la unidad orgánica de esa producción.
No es posible, en verdad, considerar la producción sólo en función de uno de sus factores.
Tan errado es el criterio de los que fundamentan los fenómenos de la producción en la exclusiva intervención del capital, como el pensamiento de los que todo lo atribuyen a la «mano de obra».
La verdad es que sin capital inicial y capital de reserva, la empresa no puede crearse y vivir, como no se crearía ni viviría sin la técnica industrial, la administrativa o la mano de obra. Los elementos de la producción son, pues, forzosamente solida- rios. La deficiencia de uno acarrea fatalmente dificultades en el funcionamiento general.
Sembrar la desconfianza y llevar a la lucha al «capital» contra la «mano de obra» es, pues, arruinar la producción, sin ventajas para la justicia social que se pretende. Lo que importa es, por el contrario, asegurar la armonía entre los elementos de la producción, garantizando los derechos de cada uno por la consignación de los propios deberes.
He aquí por qué se impone como cosa evidente una organización con bases de justo equilibrio de la producción, de forma que se determinen los límites de la acción y de la influencia que cada uno de sus elementos debe ejercer para provecho general. Nada, pues, de poner capital contra trabajo. Hay productores de diversas profesiones y categorías. La producción es su conjunto orgánico.
IX. - AFIRMAMOS QUE EL GRUPO ECONÓMICO (SINDICATO) ES LA BASE DE LA PRODUCCIÓN
Si la producción exige para ser eficaz una organización que garantice el equilibrio entre sus elementos, clara resulta, asimismo, la necesidad de la propia organización de cada uno de esos elementos.
No es posible, en verdad, suponer que los factores de la producción puedan someterse a la ley común si, dentro de cada uno, no existe solidaridad entre sus componentes que lo hacen un todo social útil.
La dispersión individualista y anárquica de los que integran cada elemento de la producción, haría precaria e ilusoria una organización destinada a garantizar el equilibrio y la justicia entre esos elementos.
La organización de la producción moderna exige, por consiguiente, como base, la formación del grupo económico, la concentración de los individuos que trabajan en el mismo ramo profesional. El Sindicato conquistó de esta manera su lugar fundamental e indiscutible en la economía de nuestro tiempo.
¿ Por qué el «Sindicato» ? ¿ Por qué no se aprovecha y restaura cualquiera de las viejas designaciones medievales de organización económica?
El movimiento nacional sindicalista negaría su esencia revolucionaria y creadora si se perdiese tras de palabras que no signifiquen acción para las masas trabajadoras de nuestro tiempo.
La palabra «gremio», por ejemplo, aprovechada por la dictadura portuguesa para designar las organizaciones patronales, es absolutamente contraria al espíritu renovador del sindicalismo moderno.
Palabra gastada, que ha servido de rótulo a tantos «clubs» pacatos de panzudos burgueses, jugadores de dominó y de tresillo, él vocablo gremio, si algo dice a los ojos de las masas proletarias es exactamente en el sentido que marca más hondamente la distancia entre los «mimados de la fortuna» y los obreros inquietos por el día de mañana.
Las palabras toman, pues, parte en la polémica. Forman en las trincheras, armadas y fuertes como batalladores incansables. Las viejas palabras olvidadas a la memoria de los hombres, son hoy apenas jalones gloriosos de la historia que nos enseñan el duro camino recorrido por su destino. Hay, es cierto, palabras de tan fuerte expresión, que jamás se ha apagado su sentido, como las ideas que siempre son nuevas por ser eternas.
A cada instante de renovación espiritual, corresponde, por consiguiente, un vocabulario también renovado.
Revolucionarios, no vemos las ventajas de contrariar las leyes de la Revolución, y por eso nos valemos de palabras que traduzcan más que otras algunas la agitación y el anhelo revolucionario.
La palabra «Sindicato» tiene a los ojos de los trabajadores una fuerza bien clara; traduce un poder dinámico perfectamente definido. Sólo aquellos que se dejan llevar de prejuicios conservadores pueden temer servirse de una designación que es ya, por sí, una preciosa palanca en el trabajo de la organización económico-social moderna.
¿ Tiene esa palabra abolengo revolucionario ?
Tanto mejor. Para nosotros, «Revolución» no es un fantasma que nos aterra ni una maniobra lanzada a los ojos de los obreros. «Revolución» es la expresión fuerte e inigualable de la inquietud amarga y creadora que anima al mundo en su demanda de justicia.
V - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
X. PROCLAMAMOS AL ESTADO JEFE DE LA PRODUCCIÓN NACIONAL Y LA OBLIGATORIEDAD DEL TRABAJO QUE EN ESTE MOMENTO ASISTÍ A TODOS LOS PORTUGUESES
En este "mandamiento" que, como los principios de la producción, data de 1920 y tiene ahora la más viva actualidad, se indica claramente el sentido en que nosotros tomamos la intervención del Estado en los problemas de la Economía nacional.
¿Economía dirigida?
El concepto de Economía dirigida en boga, lleva en sí el gravísimo error de plantear los problemas de la producción únicamente en función de las soluciones técnicas.
Ahora bien, siendo el movimiento nacional-sindicalista un movimiento de justicia social por excelencia, no puede considerar, sin contradecirse, los problemas de la Economía desde un punto de vista que desprecie los datos psicológicos humanos que en ella interesan.
Reducir a cifras, a coeficientes seguros la definición del tra- bajo sin tener en cuenta la naturaleza particular de cada uno de sus factores, es tener del hombre y de la producción un concepto demasiado mecánico, es decir, antihumano.
Por eso nosotros aceptamos de la Economía dirigida únicamente el criterio que inspira ciertos métodos útiles para aplicarse en la dirección y en la previsión de los acontecimientos.
El Estado no asume en el régimen nacional-sindicalista ni la función del patrón fordiano, ni la de la burocracia soviética. Nosotros no entregamos y sometemos enteramente el hombre al Estado, para mayor provecho y gloria del individuo... Nos servimos del Estado y de sus organisaciones corporativa y sindical para mayores posibilidades; queremos que el hombre vuelva a ser hombre, sacrificando el individuo al triunfo y gloria del Espíritu.
He aquí por qué, para nosotros, el Estado nacional-sindicalista no «dirige» sino en el sentido de «orientar», esto es: previsión, fiscalización, unidad. El Estado es, pues, el «jefe» de la producción nacional, dando a la palabra jefe el significado actual de conductor supremo, fuerte e indiscutible.
En régimen nacional-sindicalista, el Estado establece el plano dentro del cual se desenvuelven las leyes de la economía nacional; fiscaliza las relaciones entre la producción y el consumo; reglamenta, condicionándolo al interés del país, el juego de los diversos grupos económicos dentro del engranaje general; organiza y garantiza la justicia social. Así, es el Estado quien por sus órganos superiores preside e impulsa la gestación y la dinámica de la producción, limitando todavía el ámbito de su intervención con las libertades particulares propias de los organismos económicos.
Por su posición, que se remonta sobre los horizontes del país, tiene en sus manos elementos de visión y de información detallada, imposibles de reunir en las manos de cualquier grupo económico. Por grandes que sean en verdad las posibilidades de esos grupos, siempre resulta limitada y unilateral su visión de los intereses del país.
El mando del Estado como gerente y orientador de esos intereses particulares, surge hoy, a los ojos de la Economía moderna, como una lógica conclusión indispensable al edificio social-económico, totalitario, ordenado, «orgánico» a construir sobre la ruina de la anarquía liberal-demócrata.
El Estado se informa, prevé y, cuando es necesario, ordena.
¿Nueva tiranía?
No. El Estado nacional-sindicalista no está constituido por una oligarquía como el régimen dominado por el capitalismo o por una función política, como en el comunismo soviético. En cualquiera de esos casos, la acción del Estado no puede inspirarse en el bien general, por tener que someterse al interés exclusivo de una clientela o grupo político. Al contrario, en régimen nacional-sindicalista, el Estado es toda la Nación económico-social organizada conforme a los intereses morales y materiales y representando a través de sus jerarquías el trabajo y la vida cívica de la Nación.
El Estado nacional-sindicalista es, y no puede ser otra cosa, una delegación de sindicatos organizados, de municipios, de la cultura y de las fuerzas morales. No hay tiranía cuando es el interés general quien ordena.
¿Hasta cuándo ordena en determinado momento la obligatoriedad del trabajo para todos los portugueses»?
Los que no «necesitan del trabajo», no por eso dejan de tener el deber de trabajar en la sociedad nueva que preconiza el nacional-sindicalismo. Todo es trabajo. El capital mismo, si no tiene trabajo, es usura, y como tal se condena.
La ley general del trabajo, que hace más suave el calvario de unos por la solidaridad de otros, es más y más justa cuando la impone la redención de la Nación.
El nacional-sindicalismo proclama en su X principio que la salvación del país está en el trabajo duro y perseverante de todos los portugueses.
XI. PROCLAMAMOS QUE LA PROPIEDAD ES UN DERECHO, POR INTERÉS DE LA PRODUCCIÓN Y POR INTERÉS NACIONAL
¿Está el derecho de propiedad, consagrado por el espíritu jurídico romano, en peligro de revisión y en trance de ser sustituido? Para responder a esta interrogación, de tan grande y grave actualidad, hay que hacer primero una aclaración necesaria. El Derecho romano de propiedad — lo prueba la crítica histórica del Derecho — tiene en su base un sentido eminentemente social. Ese sentido es, por esencia, eterno e inviolable. Si se entiende, sin embargo, el derecho de propiedad a través de su interpretación individualista y anárquica, que engendró él capitalismo moderno, es evidente que nada ya se puede oponer a su transformación y reforma.
Así, cuando hablamos de propiedad para considerarla sólo como un derecho, podemos referirnos a la que se justifica y consagra a través de su utilidad social.
La propiedad individual, vista a través de este prisma, pierde su significado egoísta y anarquizante para ocupar únicamente lugar específico en la escala de los valores de la comunidad nacional.
No admitimos derechos sin obligaciones.
Organizado el país en régimen nacional-sindicalista, régimen de esencia totalitaria y solidaria, la propiedad individual sería en él un contrasentido y una aberración, si esta afirmación de tan grande y grave actualidad no estuviera subordinada a la respuesta a esta interrogación que la ciencia del derecho interpreta y justifica: ¿Tiene o no un profundo sentido social el derecho de propiedad?
No, si en verdad la propiedad se mantuviese aislada, sin deberes, como cuerpo extraño al organismo económico-social del país. Semejante cosa, sin embargo, no acontece. La propiedad individual tiene en el engranaje sindical y corporativo, tal como nosotros la entendemos y tratamos de ponerla en práctica, un papel marcado por el interés de la producción y por la ley de la solidaridad corporativa nacional.
Este concepto de la propiedad asegura una visión clara del futuro a todos los trabajadores. A través de él las fórmulas de la producción y del trabajo varían en una fecunda y espléndida diversidad de iniciativas.
Propiedad individual, propiedad colectiva, propiedad individual asociada, en pequeños o largos plazos, propiedad colectiva de explotación individual, etc., el panorama de la propiedad en régimen nacional-sindicalista lleva en sí todas las posibilidades humanas dentro de la justicia y de las virtudes de su voluntad creadora.
¿No sería, sin embargo, más fácil para crear una sociedad de justicia y de bien público condenar desde ahora la propiedad individual?
Así lo juzgó en un principio Lenin, como discípulo fiel de Karl Marx. El Estado soviético fué de esta manera llevado de la mano a la expoliación de todas las formas de propiedad privada. El resultado fué la creación de una vasta y poderosa oligarquía burocrática (* nota de rodapé: Ordjonekice anunció en el XV Congreso del Partido comunista ruso que el número de funcionarios, fuera de los corporativos y de las organizaciones, de las juventudes comunistas, alcanzaba la espantosa cifra de 8.722.000) que, económicamente, nada produjo, y, socialmente, se convirtió en cáncer temeroso para la comunidad rusa, dentro de un Estado impotente para la creación y administración de la riqueza pública.
Lenin comprendió a su costa, o, por mejor decir, a costa del pueblo ruso, su equivocación, el error de convertir al Estado en patrón único. Ciertamente, el estímulo que la propiedad despierta en el trabajador, no es toda la razón que la pueda justificar. Pero es tan de tener en cuenta, que el propio Lenin y Estaline, más tarde, por medio de una escala de organismos, fundada en ese estímulo, procuraron remediar las consecuencias de su brusco ataque a la propiedad privada.
XII. PROCLAMAMOS LA NACIÓN ETERNA COMO RAZÓN PRIMERA DE NUEVSTRA EXISTENCIA SOCIAL: LA NACIÓN VIVA Y ACTIVA A TRAVÉS DEL COLOR ESPECÍFICO DE LA PROVINCIA, DE LA REGIÓN Y DEL GRUPO ECONÓMICO
Los doce principios de la producción tienen su coronamiento lógico en el reconocimiento de la «Nación», dentro de cuyas fronteras se realiza el acoplamiento necesario de los trabajadores.
La quiebra de la primera internacional antes de la guerra franco-alemana del 70, la de la segunda internacional antes de la guerra europea de 1914, y la de las internacionales creadas después de 1918, prueban de una manera bien clara la ley eterna de los nacionalismos, que nadie de buena fe, libre de prejuicios de escuela política, podrá dejar de considerarla como un dato seguro e imprescindible.
El propio comunismo soviético no logró escapar a la ley general. Las fronteras son para él tan sagradas y justas como para el zarismo. Para servir su política pan-eslava, crearon los soviets la Internacional de Moscou.
Ahora mismo, en esta hora trágica que está viviendo el mundo, cuando las propias conferencias del desarme sólo sirven para evidenciar el duro embate de los antagonismos nacionales, el comunismo internacionalista y pacifista por excelencia, se arma hasta los dientes y hace centinela atento e inquieto en la noche sombría de una Siberia trágica que el Japón amenaza.
¿Qué hay de nuevo en el mundo?
¿El deseo que ciertas élites acarician de paz y respeto mutuo entre los pueblos bajo el signo de grandes ideales?
Ni eso. El universalismo inspirado por Roma tuvo mayor grandeza y un sentido espiritual más profundo.
Una realidad descuella hoy entretanto a los ojos de las actuales generaciones: la imposibilidad en que se está de intentar organizar de una vez para la mejor distribución de la justicia y de la paz social, todo el mundo civilizado de nuestros días. Aun aquellos que no creen en la «eternidad» de la Nación, se ven obligados a admitirla como una "etapa" cuya duración y vitalidad se prolongan en la infinitud de los tiempos.
El movimiento nacional-sindicalista, partiendo de la realidad «Nación», dio así a su doctrina social y económica una base sólida para, sobre ella, levantar con seguridad el edificio de la sociedad nueva. En la perturbación anárquica que agita al mundo, el hombre sólo encuentra la verdad, la confianza y la garantía de equilibrio dentro de los cuadros nacionales donde «eternamente» se mueve... De padres a hijos... En la línea interminable de los antepasados y en el insondable camino de los que están por venir. Pero la Nación espiritual es una verdad también económica difícil de negar. El círculo de posibilidades y garantías que la Nación crea con sus fronteras al pueblo que dentro de ella se acoge y protege, es una de las más vivas realidades de nuestro tiempo.
Sin la Nación como círculo de defensa económica, ¿ cómo vivirían las industrias de los países donde la naturaleza no produce, por ejemplo, el carbón o aquellos que tienen en la tierra y en el clima condiciones que las perjudican?
El hombre, en cualquier lugar sobre todo el haz de la tierra, es hombre, digno de vivir de las posibilidades de la patria en que habita, libre y no esclavo de los otros hombres. Dentro de ella, la justicia es más fácil de mantener y organizar, y la resistencia del hombre contra cualquier intento de esclavitud por parte de sus hermanos, se refuerza con valores morales y eternos que le dan una posición superior e invencible.
El concepto de Nación tiene para nosotros este sentido enteramente activo y creador. La protección de las fronteras nacionales tiene como contrapartida el suscitar las virtudes cívicas, que son la mejor garantía de las prerrogativas sociales. El hombre que tiene el legítimo orgullo de su país, no puede desinteresar-se de que en él reinen la paz y la justicia.
La Nación es, de este modo, la razón primaria de nuestra existencia social.
Completándose, hincando en fértil suelo las raíces de su vocación social, el hombre se crea después a sí propio, dentro de la Nación, círculos más limitados e íntimos, donde su sensibilidad se derrama y su espíritu se reviste de peculiares y variadas notas, y toman la más viva personalidad humana.
Son esos círculos de vida social particularmente definida por mil motivos los que influyen en el carácter del hombre, prestándole un sedimento y una estructura características que constituyen lo que llamamos Provincias y Regiones y que son, dentro de la patria grande, de la patria total, su sagrada y gloriosa miniatura.
Los intereses políticos de la liberal-democracia, reforzando su sentido centralizador heredado de la Revolución francesa, entorpecieron la vida de la Nación, desarrollando una cabeza desproporcionada mientras el cuerpo se sentía atacado de anemia y atonía.
Los partidos políticos sólo podían, sin embargo, gobernar merced a las posibilidades que les prestaba el poder central, cuya sede era la capital del país. En la capital convergían, pues, todas las voluntades y ambiciones que en la provincia se asfixiaban y morían de inacción. De este modo fueron muriendo en el abandono de sus valores y en el desprecio de la tiranía de la capital las fuerzas regionales del país.
El nacionalismo, que es la restauración integral de la Nación en todos sus aspectos materiales y morales, restaura, naturalmente, la vida fecunda y útilísima de las provincias y de las regiones, dando a su medio propio y característico todo el valor que conviene a su función histórica.
El nacionalismo pone así, entre las indicaciones de su programa, como condición indispensable de salvación pública, un régimen de descentralización administrativa que encierre en sí todas las libertades y garantías de un fuerte y equilibrado regionalismo.
¿Bajo qué signo restaurará, no obstante, ese regionalismo cuyo concepto la liberal-democracia arrojó alocadamente a los manuales de turismo o al saudosismo infecundo de ciertos poetas ?
Es evidente que esta restauración se inspira sobre todo en razones de orden económico y de orden social.
El «grupo» base de la economía moderna impondrá, naturalmente, el criterio de su interés y de su posición. De esta manera, se obtendrán los materiales necesarios para la formación y garantía de un regionalismo cuyas características no desmienten por sistema el tradicionalismo económico que las podía haber engendrado, pero que no temen sobreponérsele cuantas veces su actual interés lo exija.
Siempre habrá, es cierto, margen para el regionalismo tradicional, lleno de posibilidades creadoras que no deben menospreciarse. Todavía lo que interesa considerar en ese movimiento de rescate nacional-sindicalista es, de un modo particular, todo lo que se caracterice por aspectos diferenciales en la actividad económica.
Restauremos, pues, las Regiones, las Regiones económicas, que bajo el signo de la Agricultura o bajo el signo de la Industria, reúnan en sí determinadas posibilidades para los grupos económicos que las forman y delimitan.
VI - LA REVOLUCIÓN NACIONAL DE LOS TRABAJADORES
I - EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO Y LA BURGUESÍA
HEMOS expuesto a los lectores de esta revista, bien que en síntesis, el sentido en que eran tomados por las masas nacional-sindicalistas portuguesas los mandamientos dé su programa mínimo, expresados en los doce principios de la Producción: sentido clara y terminantemente revolucionario.
A través de ese resumen, que en las páginas de ACCIÓN ESPAÑOLA ha quedado, es fácil ahora comprender los motivos de acción y das razones de orden espiritual que hicieron el milagro de reunir en un pequeño plazo y con escasísimos medios de propaganda la formación política de más importancia del país.
En este sentido revolucionario está el secreto de esta marcha sin igual en los anales de la política portuguesa, de este movimiento constituido por estudiantes, obreros, militares (*nota de rodapé: El movimiento Nacional-Sindicalista portugués, es la organización nacional que cuenta con más afiliados entre los elementos militares, sobre todo en las clases más jóvenes hasta el puesto de Mayor. Tiene el Nacional-Sindicalismo en sus filas algunas autoridades superiores del Ejército, pero es de Mayor para abajo donde domina por completo) pequeña y media propiedad. Si en él entrara, como convenía a su propio interés, la gran agricultura y gran industria, la victoria habría sido fulminante.
No entraron, sin embargo. La marcha tuvo y tiene que hacerse, sin más demoras, ganando duramente sus etapas. Esto dio por resultado una fisonomía particular de características aún no definidas, como en los movimientos nacionalistas congéneres, para el movimiento nacional-sindicalista portugués. Este se hizo claramente popular, ganando en profundidad todo lo que las circunstancias del momento político nacional ha impedido alcanzar en la superficie.
Esta fisonomía popular y revolucionaria del Nacional-Sindicalismo impresionó hondamente a la vieja burguesía que pronto entendió ser deber suyo procurar poner todos los obstáculos posibles a nuestra marcha. Sintióse su reacción primero a través del combate que dieran al Nacional-Sindicalismo las fuerzas masónicas o
masonizantes de la prensa liberal-demócrata, reacciones que dieron como resultado las manifestaciones tumultuosas de Coimbra, de Porto y de Braga, donde repetidas veces los camisas azules (*nota de rodapé: Aprovechando la lección de los nacionalistas revolucionarios europeos, también el Nacional-Sindicalismo portugués adoptó, en su técnica de combate, un uniforme o distintivo para sus fuerzas de choque. Así fue cómo la económica camisa azul de los obreros portugueses se escogió para vestir a nuestros compatriotas.) se cubrieron de gloria con el precio de su sangre generosa.
El movimiento estaba, sin embargo, lanzado y de tal manera, que la ola de su entusiasmo inundó todos los reductos que sus enemigos intentaron oponerle.
Vencido, no por eso se dio por convencido el «frente único» liberal-demócrata — masónico-comunista y... por qué no decirlo... católico, de los partidos católicos del Centro bien entendido. Comenzó entonces su ofensiva de miedo, ofensiva de intriga y de calumnia, intentando crear divisiones en la masa de los militantes y llegando al fin al extremo de pedir contra los nacional-sindicalistas, donde están la mayoría de los soldados de la Revolución del 28 de mayo, que dio el Poder a los actuales gobernantes, el auxilio del propio gobierno de la Dictadura.
Fácil fue a la intriga de la vieja burguesía aterrada encontrar en los círculos mismos que rodean al Poder auxiliares esforzados. A las camarillas que se formaran al calor de las circunstancias en torno a los gobernantes, no costó mucho hacer ver el peligro que para ellos representa un movimiento de renovación profunda como es el Nacional-Sindicalismo.
Su victoria representaba la liquidación sin apelación de esas camarillas, la limpieza de los engranajes del Estado heredados de la liberal-democracia y enmohecidos con todos sus errores y podredumbres.
Pronto tomaron, pues, para sí el aviso aquellos que viven a la sombra del Poder y, por tanto, de la figura que lo personaliza: el Dr. Oliveira Salazar.
Algunas eminencias grises surgieron entonces en la maniobra, desfigurando las intenciones del Movimiento y poniendo en permanente desconfianza la figura, ya de por sí moderada y conservadora, del jefe del Gobierno.
Poco a poco se fueron tomando medidas más severas contra el Movimiento. La prensa nacional-sindicalista fue sometida a una censura asfixiante, y, por último, le fue prohibida la circulación si no quitaba de sus cabeceras la indicación de Nacional-Sindicalista. Así la intriga de aquéllas cuya aspiración debía ser informar bien al Poder, llevó a Salazar a indisponerse contra sus mejores amigos y más leales colaboradores.
II - REVOLUCIÓN Y REFORMA
Las circunstancias, influyendo de este modo sobre los destinos de la Revolución del 28 de mayo, indujeron al Jefe actual del Gobierno de la Dictadura a establecer una nueva posición paradójica. El, que tiene en los nacional-sindicalistas un natural apoyo por ser los que mejor interpretan la hora del poder fuerte y nacional, vive ajeno a ellos, y a veces, hasta contra ellos.
Singular situación la de este hombre extraordinario y a todas luces superior. Teniendo que dar un programa al país, él, hombre del centro católico, le da un programa integralista; siendo un hombre de derechas, gobierna rodeándose de hombres de izquierda; católico práctico, mantiene un Estado que no sólo es laico, sino laicizante; queriendo gobernar con el programa integralista, se aparta de los integralistas que hicieron ese programa; disponiéndose a realizar un programa de reformas sociales, está separado de las masas obreras.
Cierto que este hombre extraordinario, este gran portugués, habrá pensado muchas veces en su posición y habrá deseado en su fuero interno modificarla. Sin embargo, su espíritu, es tal vez demasiado crítico y superior para poder sobreponerse a un eclecticismo grato a su cultura. De ahí su actitud intermedia, su vacilación frente a un camino que era la total negación del otro.
He aquí por qué teniendo que considerar el movimiento nacional-sindicalista como la escuela nacionalista imprescindible para realizar su obra, prefiere apagar su virtualidad creadora para servirse apenas de las medias tintas de aquello que no alcanza otras posibilidades. Y he aquí por qué, teniendo que apreciar las necesidades del país a la luz renovadora de nuestro tiempo, no acepta la Revolución y se decide por la Reforma. El movimiento Nacional-Sindicalista entiende, por el contrario, que la hora que el mundo atraviesa es una hora esencialmente revolucionaria. Sólo cercenando rápidamente se podrá impedir que la gangrena capitalista o comunista corrompan todo el organismo nacional; sólo cercenando rápidamente se obtiene la reacción indispensable en que ha de apoyarse la acción de los que intentan la salvación del país; sólo cercenando rápidamente se gana la confianza de unos y se consigue desalentar a los otros; sólo, en fin, cercenando rápidamente se logrará la radical transformación que los tiempos exigen, so pena de que todo se pierda.
En resumen: siendo el movimiento Nacional-Sindicalista un movimiento de masas, ¿cómo le sería dable mantener su ritmo, asegurar el espíritu que lo condujese aceptando ciertas etapas económico-sociales que el concepto de Reforma considera o hace ver como definitivas, poniendo así un límite al horizonte abierto de las aspiraciones revolucionarias que lo animan?
Evidentemente, las etapas conquistadas por la reforma de las instituciones político-económico-sociales intentada por el Dr. Oliveira Salazar y por la actual Dictadura portuguesa, nosotros las miramos con interés justificado y simpatía. Ellas ayudarán en cierto modo a crear un ambiente propicio a la transformación to- tal que los tiempos reclaman. En ellas nos apoiaremos como realidad averiguada para mejor lanzarnos a otras conquistas. La Reforma tiene, pues, una función apreciable hasta para nosotros los revolucionarios. Pero tiene también sus peligros, que no podemos dejar de considerar con atención. El espíritu de la reforma, crea, poco a poco, una adaptación a una media verdad y una justicia a medias, absolutamente condenable. El impulso dado a las rei- vindicaciones sociales pierde en alma y en profundidad, contentándose los hombres muchas veces con la etapa conquistada, acomodándose, aburguesándose en una posición mejor que la anterior, pero muy lejos aún de la posición necesaria.
Sólo la Revolución consigue de hecho realizar transformaciones sustanciales, alcanzando para la personalidad humana profundas posibilidades de emancipación económica o espiritual
El movimiento Nacional-Sindicalista, en vista de la reforma de Salazar, se siente en la necesidad de afirmar de una manera cada vez más categórica su fe revolucionaria como medio indispensable de conseguir la necesaria transformación de la sociedad portuguesa, bastardeada por cien años de liberal democracia utilitarista y corruptora.
EL NACIONALSINDICALISMO Y SALAZAR
El antagonismo nacido de estos dos conceptos, Revolución y Reforma, reforzó en Salazar el espíritu de desconfianza hacia el movimiento Nacional-Sindicalista, espíritu ya creado por las razones antes expuestas a nuestros lectores.
Nuestra propaganda entre las masas, llena de vibración y entusiasmo, pareció a la ponderación del Reformador envolver un peligro para los intereses de la situación actual. Despertar, sacudir la opinión pública, ¿no sería llevarla a una agitación cuyos límites serían difíciles dé calcular?... No; Salazar, quería que la arcilla con la que intentaba moldear su obra, estuviese fría, tranquila, sumisa a todas sus intenciones. Despertar, exaltar, le parecía, pues, obra insensata. Tranquilizar, adormecer, ¿tal vez no sería por ventura el camino de la salvación?
En balde replicábamos que la arcilla en que se intentaba la restauración nacional, era una arcilla de esencia superior, era la arcilla humana. Tal barro no se amoldaba sin tenerle ganado el interés en ser amoldado, sin ganarle el alma. La desconfianza hacia nosotros se mantiene. «Trabajábamos a medias con los comunistas», se llegó a proclamar. Después, el tiempo nos fue dando la razón... El frío, el aislamiento con que eran tomadas todas las tentativas de resurgimiento que venían del lado del poder, comenzaron a hacer mella en el ánimo de Salazar, hasta el punto de que en sus famosas entrevistas con el periodista Ferro ya no pudo ocultarlo. Intentó entonces remediar el mal.
Por todas partes surgieron oradores de «Unión Nacional», proclamando las ventajas de la reforma político-social, por Salazar preconizada, y enalteciendo la obra reconstructiva de este estadista: puertos, carreteras, navios de guerra, equilibrio financiero, etcétera. Conferencias, mítines, todo se intentó para llamar la atención de la opinión nacional, despertarla e interesarla en la obra de restauración necesaria.
¡Cuan lejos, sin embargo, todo esto del espíritu aconsejado por el movimiento Nacional-Sindicalista! La penetración de esa propaganda en las masas obras, en las clases medias, en las escuelas, no podía dejar de hacerse sentir. Salazar lo reconoció, infelizmente sólo en parte. Su prudencia le llevó entonces a consentir un Nacional-Sindicalismo especial, moderado, reformista y burgués. Es una etapa realizada en el espíritu do ilustre Jefe del actual Gobierno. Ante la realidad imperativa de la situación portuguesa, el camino recorrido continúa ciñéndose a los primeros pasos después de siete años de dura batalla.
Cierto que no hacemos responsable a Salazar de tanto tiempo perdido. Salazar es Jefe del Gobierno hace poco más de año y medio. El período de Dictadura es, sin embargo, ya muy largo para hacerse solidario de la marcha lenta que vamos llevando para salir de ella airosamente. En ese punto, Salazar tiene sobre sí enormes responsabilidades. Consintió un falso Nacional-Sindicalismo sin ninguna de las virtudes creadoras del auténtico. No se alteran en nada los datos del problema; continuó perdiéndose el tiempo...
Confiamos en que Salazar lo reconozca pronto.
Estamos en una hora europea revolucionaria y nacionalista. La Revolución, como las bayonetas, no consiente que se le sienten encima. Salazar tiene que obrar revolucionariamente para realizar su obra. Sólo para eso cuenta de veras con nosotros.
Los nacional-sindicalistas son las milicias organizadas y ardientes de la Revolución Nacional de los Trabajadores.
ROLÃO PRETO
in Acción Española, Madrid, nos. 39, 45, 46, 47, 49, 50, de Outubro de 1933 a Abril de 1934.
Tal régimen no podía consolidarse por ser la negación total del modo de ser del pueblo portugués, cuerdo y religioso. Aún después de entrar en la fase constitucional, no consiguió equilibrar su vida política. Como régimen parlamentario le era indispensable, vital, la existencia de un partido conservador electoralmente fuerte, que pudiese alternar con la izquierda en el ejercicio del poder. Fué en vano, sin embargo, el que la derecha de la república intentara organizarse; el régimen, hasta su muerte, estuvo siempre apoyado apenas en un solo pie...
António José de Almeida, espíritu romántico, idealista apasionado, fué el alma de la Fronda portuguesa, algo así como una mezcla de Dantón y de Camilo Desmoulins. Pero, como todas las frondas, fue inútil su batalla contra los jacobinos impetuosos y sin escrúpulos apiñados en torno de Costa, de un Robespierre, que ni siquiera como el verdadero mostraba una máscara de incorruptible.
Cansada de los desbarajustes y de los vejámenes de la tiranía demagógica, la Nación reaccionó a veces desesperadamente. Unas, esa reacción formó en torno de los caudillos monárquicos — Paiva Couceiro y João de Azevedo —, otras apoyándose hasta en el puesto de mando de algunos republicanos bien intencionados, intentando así sacudir el yugo.
La primera tentativa se debe al Presidente Manuel de Arriaga, un intelectual y un aristócrata, quien entrega el poder al general Pimenta de Castro, que parecía contar con el ejército.
La demagogia, barrida del mando, volvió a la carga, y el pobre general que, como su propio ministro del Interior me contó, no tuvo noticia de la revolución que lo iba a derribar sino en su víspera y por un amigo particular, fué vencido sin gloria en el sangriento golpe del 14 de mayo de 1915. La saña jacobina se hizo implacable, y republicanos ilustres fueron inmolados a los dioses del terror, pues los dioses tenían sed...
Sidónio Pais es la segunda tentativa heroica para salvar el régimen. De nuevo el ejército, por sus elementos más jóvenes — Escuela de Guerra y oficialidad —, barre con su espada a la cuadrilla demagógica. La Nación se yergue esperanzada en derredor de Sidónio Pais, convertido en cónsul. Y este, inteligencia viva y culta, conocedor del mundo (había sido ministro de la República en Berlín), intenta en verdad corresponder a la esperanza de Portugal. Ya entonces el apostolado integralista había empezado a extenderse por el país. Sidónio respira en el aire la verdad de nuestra doctrina y procura servirse de ella sirviendo a la Nación. Hipólito Raposo y Martinho Nobre de Melo (el segundo ministro últimamente de la Dictadura en Rio de Janeiro), organizan el primer estatuto electoral que da acceso al Parlamento a las profesiones. El Senado se constituye en ese sentido, con lo que, si no era todavía corporativista, ya era profesional.
Fué pronto, sin embargo... Los jacobinos se vengaron de Sidonio asesinándole. El País, aterrado, recurre una vez más a los jefes monárquicos para evitar la catástrofe, pero estos no consiguen impedir que la monarquía se les vaya de entre las manos por segunda vez. La demagogia en este momento parece triunfar totalmente y para siempre. Viene un período aterrador de asesinatos y de vilezas. Machado dos Santos, el fundador militar de la República; António Granjo, el defensor de sus primeras horas; el comandante Carlos da Maia, que en el mar decidió la victoria de 5 de octubre, todos caen asesinados en las calles de Lisboa, en el más horroroso de los dramas. Al mismo tiempo el descalabro financiero y parlamentario era tal, que un jefe de Gobierno, António Maria da Silva, proclama desde lo alto de su tribuna que «el país estaba a saco».
Fue en esa agonía, en ese vejamen, en esa sangre vertida por las manos asesinas del jacobinismo, en la que la reacción del país creció́ y se vigorizó de nuevo.
Un elemento inédito, ya entonces decisivo en las batallas del pensamiento nacional, se evidencia esta vez ordenando la lucha: el Integralismo Lusitano. Las élites activas de las Universidades y las promociones jóvenes del Ejército acompañan al Integralismo en sus luchas valerosas contra el parlamentarismo y contra las mentiras de la Revolución francesa, que la República portuguesa había tomado como su base ideológica.
Vencido en el campo de las ideas, el régimen se mantenía por la corrupción y por la velocidad adquirida. Las últimas elecciones de la democracia portuguesa representan su mayor victoria política; tal era el poder de las clientelas electorales de su único partido, el partido de los amigos de Afonso Costa, que fue, con pequeños interregnos, el único detentador del poder durante dieciséis años. El alma de la mocedad lusitana estaba, sin embargo, por completo exenta de la podredumbre del régimen y su continuada actuación cerca de los elementos militares, consiguió el milagro del 28 de mayo.
El general Gomes da Costa, figura admirable de la epopeya africana y de las trincheras de Flandes, blande su espada prestigiosa en la ciudad de Braga, y asistido de todo el Ejército y de los votos de la Nación, va hasta Lisboa a liquidar una demagogia tan miserable y servil, que capitula sin disparar un tiro...
Así́ terminó la innoble tiranía que en dieciséis años infamó con sus hazañas la gloriosa historia de Portugal.
* * *
La Revolución del 28 de mayo que se hizo contra el partido democrático, única fuerza de la democracia portuguesa, no encontrando frente a ella la resistencia indispensable para su depuración, tuvo que sufrir después las más duras consecuencias. Así, los primeros años que siguen a su triunfo los ocupa la batalla contra los asaltos de reacción demagógica, prontamente caracterizada de comunismo y contra las traiciones internas de sus propios malos elementos. Lentamente, en sucesivas eliminaciones que la lucha fué provocando, caminó hacia su estabilización el nuevo orden de cosas.
¿En torno a qué principios podría la situación política equilibrarse y mantenerse sino en torno de aquellos que condenaban a su enemiga jurada la social democracia? Las doctrinas integralistas que habían formado la mentalidad de los elementos activos de la Revolución, fueron lógicamente aceptadas como base de las realidades políticas del Orden Nuevo.
Surgió, sin embargo, una dificultad. El Integralismo reclamaba para clave de su arco, para cúpula del edificio del Estado, un jefe que no fuese electivo: el Rey. Ahora bien, el frente único que condujo a los portugueses a su rescate del 28 de mayo exigió de los monárquicos el sacrificio momentáneo de no provocar la cuestión del régimen ante el enemigo común (1926-06-15 - O Integralismo Lusitano suspende a reivindicação política monárquica). Lo cumplieron honradamente. La doctrina integralista, omitiendo al Rey, esto es, municipalismo, descentralización, sindicalismo, corporativismo, etcétera, fue entonces aceptada y proclamada desde lo alto del poder por el Dr. Oliveira Salazar, ministro de Hacienda, en su discurso del 30 de julio de 1930. [1930 - Oliveira Salazar - Princípios Fundamentais da Revolução Política]
La Nación oyó con entusiasmo las palabras con que el restaurador de las finanzas públicas perfiló los principios del nacionalismo integral. Y fué entonces cuando la Dictadura entendió útil reclutar una fuerza política, como apoyo civil junto al apoyo militar. Tal es la génesis de la Unión Nacional. Frente único de los amigos de la situación política creada por la Revolución, este organismo ocuparía el lugar del único partido permitido por las circunstancias. El Dr. Oliveira Salazar, presidente del actual Gobierno, colocándose después en la jefatura de la Unión Nacional, quiso hacer coincidir el Poder con esa organización primitivamente autónoma en contacto con los ministros de la Dictadura. Así se originó una nueva fase de la situación política portuguesa que tiende a definirse enteramente a través de los últimos acontecimientos.
El Dr. Oliveira Salazar, apoyándose en la Unión Nacional, organización ecléctica del género de la «Unión Patriótica» de Primo de Rivera, electoral y conservadora, presentó y sometió a un plebiscito del país una nueva Constitución de la República, que no es sino un compromiso entre la liberal-democracia y el corporativismo. (nota: era el proyecto del grupo "Seara Nova") El plebiscito realizado en circunstancias especiales, no representó la adhesión entusiasta de la nación al nuevo Estatuto, pues jamás entusiasman las fórmulas intermedias, pero significó, así́ y todo, su tácita aceptación. Ya han pasado siete meses después de este acto político del cual parecía depender un nuevo camino de la actual situación. Hasta hoy no se sabe con qué medios ni con qué hombres cuenta Salazar para su actuación. Y entre tanto, nuevas cosas surgirán en Occidente...
EL NACIONALSINDICALISMO
Para bien poder juzgar de la génesis de este movimiento y de su posición actual, nos pareció́ indispensable esta rápida visión a través de los últimos veinte años de política nacional. A la luz de los acontecimientos en que se encadena la vida de la república desde 1910 hasta nuestros días, es como mejor se puede comprender la verdad empírica que orienta este movimiento de salvación económico social que es el nacional-sindicalismo.
Fuimos tal vez demasiado largos, pero a nuestro pensamiento acudió la idea de que el lector español disculparía el abuso que de su paciencia cometemos, al considerar las enseñanzas siempre útiles que le había de proporcionar la invocación de veinte años de historia tan próxima...
Del nacional-sindicalismo hablaremos, pues, en el próximo número, si Dios lo permite.
II - ÉLITES Y MASAS
HABIENDO, en nuestro primer artículo, pasado revista a la historia política de la república demagógica nacida en 5 de octubre de 1910 y a las reacciones que provocó en el País, asta nuestros días, se comprenderá más fácilmente el sentido que u obra imprimieron los fundadores del movimiento Nacional-Sindicalista.
El error, tantas veces repetido, de los conservadores político-sociales portugueses, frente a sus adversarios, consistió, evidentemente, en oponerles una reacción más o menos proporcionada a su ataque, en lugar de considerar, con espíritu superior al de la Revolución que les había vencido, la necesidad de una Revolución Nueva. Su misma posición de «conservadores» era un indicio seguro de su fracaso. En efecto, todos los conservadores son del partido de la derrota, después de haber sido en su tiempo, como revolucionarios, del de la victoria. Su combate a la Revolución, como tal Revolución, es ilógico, ya que también ellos fueron revolucionarios y como tales, combatieron a los conservadores de las conquistas de la Revolución anterior.
La contrarrevolución portuguesa tuvo, pues, el mismo destino de todas las contrarrevoluciones: ser derrotada. Vencida cuando los emigrados de Galicia intentan levantar a su favor a las poblaciones del norte de Portugal; vencida cuando cree apoyarse en la espada de Pimenta de Castro; vencida en Sidónio Pais ; vencida con los sublevados de Monsanto y de la Monarquía del Norte, en 1918. Este levantamiento de 1918 para la restauración de la Monarquía, es el último esfuerzo caracterizadamente contrarrevolucionario. La reacción reconocía, al fin, su impotencia ante las ruinas y los desastres a que condujo la lucha contra los jacobinos triunfadores.
Fue entonces, cuando el Integralismo Lusitano, después de hacer un examen de conciencia a la mentalidad reaccionaria y conservadora de los monárquicos expuso, ante los portugueses perplejos o escépticos, las primeras condiciones de la Revolución Nacional. Por vez primera, después del 5 de octubre de 1910, y, lo que es más, después de casi un siglo de liberalismo, el problema nacional aparecía al fin definido, no en función de principios abstractos de origen partidario y transitorio, sino en función de verdades eternas creadoras de civilización y de justicia. La familia, la propiedad, el municipio, la corporación, la cultura, las fuerzas morales, todos los factores esenciales de una reconstrucción eficiente del edificio nacional, fueron enfocados por el programa integralista con una luz enteramente nueva, revolucionaria. (El programa integralista, apareció́ por vez primera en la revista Nação Portuguesa, en 1914. Sin embargo, solamente a partir de 1918 comenzó a ser conocido en el País.)
La Revolución Nacional preconizada, surgía rompiendo sin piedad los viejos ídolos liberal-demócratas, por contrarios a los intereses de la Nación, agregado «eterno», que había que salvaguardar como garantía de las libertades y prerrogativas de los portugueses. El Rey, fiador histórico de esa Revolución, ocupaba de nuevo su lugar como árbitro y juez de la paz nacional. Movimiento de élites, la Revolución Nacional que el Integralismo Lusitano reclamaba no podía dejar de caracterizarse desde sus comienzos por su fisonomía aristocrática, aristocrática del espíritu. Su sentido era el de la Revolución, de alto a bajo: creación de cuadros y conquista del Estado.
Oliveira Salazar, que es actualmente el Dictador indiscutible de este País, interpreta, en cierto modo, los primeros pasos del Integralismo Lusitano, sin confesarlo todavía y con estas diferencias capitales: no tiene, ni pretende formar cuadros nacionales, no tiene ni pretende tener en torno suyo a los elementos que hicieron la Revolución Nacional, ni tiene al Rey.
Movimiento de élites, dijimos, el Integralismo Lusitano procuro lógicamente conquistar ante todo a las élites nacionales. No fué ni pudo haber sido un movimiento de masas. Fué, pues, un movimiento caracterizado y acentuadamente «político». Como Maurras, los jefes integralistas portugueses proclamaron la soberanía de la fórmula: politique d'abord. Lo económico y lo social venían después y serían considerados siempre en función del problema político. La Revolución del 28 de mayo que instauró la presente situación, tuvo, pues, en su base características exclusivamente políticas, ya que fue inspirada, y en gran parte hecha, por el Integralismo.
Mientras tanto, las consecuencias sociales y económicas nacidas de la gran perturbación europea, que fue la Guerra, sin alterar radicalmente — contra lo que se piensa —, los datos del problema, vinieron de una manera indiscutible a dar tal relieve a factores aparentemente secundarios, que, como consecuencia, se modificó toda la fisonomía de las naciones. El Estado, índice de formaciones políticas, pasó a querer transformarse en órgano de las fuerzas económico-sociales, y esta tendencia, al acentuarse y generalizarse en todas partes, aceleró la decadencia, ya manifiesta, de los partidos políticos. Para subsistir, debían transformarse — aún en las naciones en que el Parlamentarismo conservaba cierto prestigio —, en corrientes representativas del sentido económico. En Inglaterra, en Francia, en Bélgica, en los Estados Unidos de América, el fenómeno es claro y sin apelación. El viejo Partido Conservador inglés, tuvo que encarnar, para renovarse y mantenerse, la representación de los intereses de los grandes labradores y de la gran industria de su país, al mismo tiempo que el laborismo se mostraba como el portavoz de las fuerzas Obreristas. Entre ambos, el en otro tiempo glorioso Partido Liberal, aún decisivo durante la Guerra, como no se presentaba bajo ningún signo económico, integrado como está por funcionarios y clases liberales, no pudo mantenerse y se derrumbó totalmente. Lo mismo sucedió en Bélgica al Partido Católico, convertido en el centro del gran capitalismo contra el Partido Socialista de Wanderwelde, alma de la resistencia obrera. Emparedado entre los dos se fue reduciendo a la impotencia el Partido Liberal. El sentido de la política francesa no es otro, contándose hoy sus crisis y perturbaciones por las crisis y perturbaciones económico-sociales y no, como en una época bien reciente todavía, por las crisis y perturbaciones de origen laicista o de defensa de la República. La crisis americana que echó por la borda al Partido Republicano entregando los destinos del país al Partido Democrático, no tuvo su origen en ningún problema de orden político, sino en indicaciones de orden económico, proteccionismo, inflación, etc.
Todo esto significa que lo «político» está hoy ampliamente condicionado por lo «económico» y por lo «social». De aquí́ la sustitución de la política de élites, de la política de cuadros, por la política de masas. En la batalla política propiamente dicha intervenían, casi exclusivamente, las élites intelectuales o las élites activas. En la batalla económico social, las masas ocupan su lugar, despertadas por un sentimiento profundo de interés inmediato en juego y conducidas por un pragmatismo fuerte que no cede ya ante ilusiones de orden político. Por esto el hombre de Estado no puede gobernar hoy sin tener consigo las masas o, al menos, sin interesarlas. El ambiente de su acción no se puede ya limitar a las coteries, a las clientelas y a los cortesanos que se mueven en derredor suyo. El estadista moderno, si verdaderamente lo es, tiene que saber manejar las masas, esto es, saber interpretar su voluntad, el sentido de sus reivindicaciones y los motivos de su inquietud.
Una forma nueva de Democracia — si tan desacreditada palabra puede tener aún sentido —, parece nacer de las ruinas definitivas de la democracia muerta. El verdadero representante de la opinión del pueblo va a hacerse elegir a la plaza pública, interpretando ante él su sentir y sus anhelos. Harto de la mistificación de las urnas donde introducía un boletín de voto que le recomendaban una prensa vendida y una presión nacida de los grandes intereses financieros y oligárquicos, el pueblo ya no cree más en el milagro que de esas urnas pueda salir. Quiere ver y oír al jefe, para seguirle y darle su confianza. Hitler, surge en la plaza pública, dice lo que el pueblo siente, se subleva contra lo que el pueblo se subleva, se arrodilla delante de aquello ante lo cual el pueblo se postra y después, seguido del pueblo, realiza lo que se puede realizar. Él es el elegido. He aquí al Jefe. Esta es la nueva forma de la democracia. Grecia es eterna.
POR QUÉ SURGIÓ EL NACIONAL-SINDICALISMO
De las condiciones actuales en que el programa político se planteó a través de las impresiones económico-sociales del país, nació el movimiento Nacional-Sindicalista portugués, en lo que respecta su ideología. Por otra parte, el Dr. Oliveira Salazar, a quien la Nación debe los esfuerzos de reconstrucción financiera a que estamos asistiendo, no mostrando querer gobernar según las directrices de su tiempo, dio al Nacionalsindicalismo los motivos de su acción. Hombre de Centro Católico, aunque no hombre del Centro Católico, el Dr. Salazar se mostró naturalmente receloso ante todos los nacionalismos revolucionarios, como Bruning, como Dom Sturzo, como Monseñor Shepel; Salazar, catedrático, se reveló lógicamente adversario de las revoluciones que no vienen de arriba abajo; autoritario como todo intelectual, Salazar, consecuentemente, desprecia las inquietudes y los anhelos de las masas. Teniendo que presentar un programa Salazar que no lo tenía, se hace heraldo de una parte del programa integralista de 1914 (discurso de la Sala do Risco, en 1930). Comienza aquí una serie de paradojas a que las circunstancias y su temperamento le obligaron.
El movimiento Nacionalsindicalista encontró aquí toda su oportunidad inmediata. Nacionalistas revolucionarios que tienen como programa la Revolución Nacional de los Trabajadores, los Nacional-Sindicalistas portugueses, que son una élite, se lanzaron a la conquista de las masas para rodear con ellas un día a Salazar y hacer posible una obra común de salvación pública, de otro modo bien difícil.
PENSAMIENTO Y ACCIÓN
El movimiento nacional-sindicalista nacido, como hemos visto, de la inquietud revolucionaria social y económica del país y de las circunstancias especiales en que se iba desenvolviendo la acción gubernativa salida de la Revolución del 28 de mayo de 1926, tuvo una virtud desde sus primeros momentos: la de polarizar toda la juventud nacionalista. De las Escuelas, de los Cuarteles, de las Fábricas y de los Campos, los primeros en entender la necesidad de una organización ajena al plano político y que se desenvolviese, nítidamente, en el de las reivindicaciones económicas, fueron los de menos de treinta años. Siguieron después los de menos de cuarenta, pero en un porcentaje que la poca libertad de movimientos a que los condiciona la crisis económica frente a las posibilidades del Poder, explica ampliamente. El movimiento surgía como todos los movimientos europeos congéneres. Fascismo y Nazismo, sin un programa rigurosamente definido al modo de los antiguos partidos. Definir es limitar, había dicho Mussolini. La Revolución social nacional que el Nacional-Sindicalismo preconizaba, estaba en el corazón de todos y solamente urgía hacerla pasar al cerebro, concretándola en formas y dotándola del condicionalismo necesario a todas las realizaciones. Seguramente, las masas atraídas en los primeros momentos de la propaganda, no se embarazaban demasiado con los problemas de orden técnico en que se encuadran el Trabajo y la Producción. Las movía con preferencia, evidentemente, un movimiento de justicia más en función de una nueva ordenación de los factores sociales y económicos dentro de la Nación, que en función de un análisis profundo de cada uno de esos factores. He aquí por qué las conviene largamente, como bandera, las indicaciones sintéticas donde tiene cabida y limitación su anhelo, dándole así base segura para todos los motivos de acción. Los doce mandamientos de la Producción — ya resumidos por mí en 1920, en un libro de conclusiones nacionalistas y revolucionarias titulado "A Monarquia é a Restauração da Inteligência"—, es el tipo de fórmulas que ha conquistado más sufragios. En esta síntesis hay un sentido objetivo que estaba en el deseo de todos tropezar. Hay en cada uno de los mandamientos una indicación rápida para el pensamiento actuante, que no se pierde en rodeos en marcha. Examinémoslos. De su examen, aunque sea rápido, resultará un conocimiento más exacto del pensamiento que mueve a las masas Nacionalsindicalistas portuguesas.
LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
I. Negamos que la organización social pueda tener por base al individuo.
II. Negamos la disociación de los elementos de la producción nacional, o, lo que es lo mismo, negamos la existencia aislada de clases, artificio que pone en litigio los componentes necesarios de un mismo todo.
III. Negamos la solidaridad del proletariado universal, por cima y contra las fronteras sagradas de las naciones.
IV. Condenamos la libertad del trabajo, la libre concurrencia y la libertad de comercio, por contrarios a la producción.
V. Condenamos la centralización democrática, el monopolio parlamentario y toda acción de las asambleas políticas sobre la gestación y dinámica de la producción.
VI. Condenamos toda organización de productores que no sea pura y nítidamente profesional.
VII. Afirmamos que la Familia es la célula primera de la sociedad.
VIII. Afirmamos que la producción es el conjunto orgánico de sus tres partes esenciales : Capital, dirigentes y obreros.
IX. Afirmamos que el «grupo económico» (Sindicatos, Corporaciones, Oficios, etc.), es la base de la producción.
X. Proclamamos al Estado, jefe de la producción nacional y la obligatoriedad del trabajo que en este momento asiste a todos los portugueses.
XI. Proclamamos la propiedad como un derecho sagrado, por interés de la producción y por interés nacional.
XII. Proclamamos la «Nación eterna», como razón primera de nuestra existencia social; a la Nación viva y activa, através del color específico de la «Provincia», de la «Región» y del «grupo económico».
III - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
I.
Negamos que la organización social pueda tener por base el individuo.
El primero de los doce principios es resultante clara de la condenación que la Economía moderna lanzó sobre el liberalismo económico, la escuela de Adam Smith.
El triunfo del individuo sobreponiéndose a la organización del Grupo —sindicato y corporación— se realizó a través de la marcha de la Revolución Industrial y del Maquinismo como cosa absolutamente contraria a los intereses de la Producción.
El Individualismo es la anarquía económica; la superproducción o la miseria, el paro o el capitalismo pictórico. El mundo moderno atraviesa la gravísima hora del presente, porque se dejó conducir por ese absurdo: el liberalismo económico.
Libre ante un Estado completamente indiferente en materia económica, sin deberes determinados por la necesaria solidaridad de una comunidad nacional, el individuo puede disponer a su talante de las posibilidades que le proporcionó la industria moderna, sin preocuparse de las víctimas abandonadas en el camino. De ahí todas las consecuencias funestas que llenan el período histórico llamado ocapitalismo». El Cartel, el Trust, la Compañía, todas esas modalidades de la concentración capitalista que fueron la muerte de las pequeñas empresas y lograron la proletarización de las masas trabajadoras, son el fruto maduro del individualismo económico y la fuente de todas las injusticias, de donde nace la rebeldía de los esclavos modernos.
Ajeno a la batalla donde se mueven libremente las ambiciones y apetitos de los individuos, el Estado fué en breve dominado por las fuerzas capitalistas, que de él se habían servido como de palanca para sus más arduos y poderosos esfuerzos. Haciendo diputados, porque era dueño de la Prensa y a través de ella de la opinión pública, o comprándolos ya hechos, como cínicamente aconsejaba un jefe político del liberalismo portugués, el capitalismo legisló en su provecho y gobernó sólo para su propio interés.
Así, por trágica paradoja, el liberalismo económico fue la muerte de todas las libertades económicas del individuo, libertades que él tenía a gala defender.
De todas maneras, pues, quebró una doctrina que favorecía, en lugar de combatir, los instintos ambiciosos, exclusivistas y absorbentes del hombre considerado exclusivamente como individuo y no como elemento social por excelencia.
He aquí por qué condenamos una organización social que se basa en el individualismo, que es su negación completa.
II. Negamos la disociación de los elementos de la producción nacional, es decir, negamos la existencia independiente de las clases, artificio que pone en litigio los componentes necesarios de un mismo todo.
El materialismo histórico, criterio que sirvió a Marx para plantear los problemas económicos de su tiempo, condújole la mayor parte de las veces a conclusiones absoluta y desastradamente equivocadas.
La lucha de clases propugnada por el autor de El Capital como base de la Revolución Social es, entre esos errores, uno de los mas funestos. La Producción disociada, y más aún, en permanente combate íntimo de sus elementos esenciales, es una doctrina antieconómica por naturaleza, una doctrina ruinosa.
Marx no sólo no consideró el problema a la luz de las necesidades económicas, sino que no supo conjeturar el sentido en que el Maquinismo y la Revolución industrial conducirían al mundo de la Producción.
Tales defectos de previsión quedan en verdad atenuados si se considera la distancia que de él nos separa, distancia que no se puede contar sólo por los años transcurridos, sino también por la naturaleza de los mismos durante la guerra y después de ella. De hecho, la pujanza del pensamiento marxista coincide con una época económica y social que parece dar la razón a los postulados de su credo.
Sin embargo, de 1870 en adelante, el cuadro de las condicio- nes económicas va paulatinamente modificándose. Hasta entonces el juego de la economía liberal parecía de veras asegurado. La libre concurrencia no encontraba obstáculos que desviasen su pre- visto sentido. La intervención del maquinismo aceleró entre tan- to las cosas. En cuanto la empresa se supo o se pudo limitar a la batalla económica con base individualista, no la afectaron graves consecuencias sociales. Las leyes de la economía parecían ciertas. La oferta y la demanda establecían el ritmo de la producción. Pero desde que el desarrollo del maquinismo y el nacimiento de nuevos métodos de producción condujeron a la concentración capitalista y a la agrupación de grandes masas proletarias, el problema económico cambia pronto de sentido, ofreciendo ya características sociales indiscutibles.
Marx, observando el fenómeno, comprendió que de allí en adelante los acontecimientos iban a desarrollarse bajo un signo contrario al individualismo. La concentración capitalista y el advenimiento de las masas proletarias creando un nuevo pacto social, aparecían como dos fuerzas opuestas, dos antagonismos naturales: la riqueza de unos medrando a costa de la creciente miseria de otros.
Entrábase así en la era que el criterio histórico del marxismo señalaba como de transición entre la muerte del capitalismo y el triunfo del trabajo manual: la lucha de clases. Patronos contra obreros, en titánica lucha, acabarían por modificar totalmente las condiciones económico-sociales del mundo. La victoria no era difícil vaticinar de quién sería. Las necesidades de la defensa capitalista en régimen de anarquía económica irían poco a poco acrecentando la concentración capitalista, de suerte que la batalla se daría en el porvenir entre una masa, cada vez más nutrida, de trabajadores manuales, y un número, de día en día más corto, de grandes capitalistas.
Por eso, Karl Marx propugnaba la lucha de clases como medio de obtener en el futuro el Poder para el proletariado. Marx no podía entonces considerar el problema con los nuevos datos que sólo más tarde, después de su muerte, surgirían.
La nueva fase del capitalismo, pasando de dinámico a estático y pernicioso, se llama super-capitalismo, y alcanza su apogeo en el período de la guerra y de la postguerra.
Los trusts y los cartels cobran asombrosas proporciones, superando las fronteras de los países de origen para extender su avasalladora red al mundo entero. Es el momento en que, para mejor repartirse los beneficios, las grandes empresas se asocian, adscribiéndose tácitamente el libre juego de la economía en que habían nacido y tomado cuerpo.
¿Iban, pues, a realizarse entonces las profecías de Marx? ¿Veríase el capitalismo cada vez más concentrado, y, simultáneamente, crecería hasta el infinito la «clase» proletaria, quedando aplastada entre ambos la clase media?
He aquí lo que no llegó a verificarse.
En primer lugar, la nueva técnica que la Revolución industrial hizo triunfar, si de un lado asoció empresas, estableció del otro una creciente diferenciación de fábricas, descongestionando los grandes centros industriales y formando nuevos núcleos, siempre limitados. E después, para conseguir beneficios, era menester vender, y para vender era preciso consumidor. Una vez que el consumo no era ya ilimitado, las empresas tuvieron que aumentar la propia capacidad de compra de sus operarios, para que fuesen ellos los primeros consumidores. De aquí los salarios altos, y de aquí la creciente desproletarización de las masas obreras. Así, con el super-capitalismo no se realizaba el vaticinio de Marx, pues en lugar de aumentar la proletarización de los trabajadores, éstos mejoraban en condiciones económicas. Las clases medias, lejos de ser aniquiladas, tomaban nuevo aliento con la aparición de las grandes industrias, porque la grande empresa especializada producía las pequeñas industrias accesorias.
Reparad, por ejemplo, en la industria de automóviles: ved cuántas pequeñas empresas nacieron del «auto» construido en las grandes fábricas: venta de accesorios, construcción de carrocerías, reparaciones, garajes, etc.
Finalmente, el super-capitalismo, para mejor guarnecerse, apeló a las posibilidades del Estado, mejor dicho, apoderándose del Estado, le impuso la ley de su propio interés, defendiendo con barreras arancelarias sus productos. El capitalismo, dando este paso, acabó, sin embargo, con la libertad que le quedaba. En resumen, en los países en que el Estado se emancipó del régimen liberal-demócrata — Jauja del capitalismo—, la nueva ley, aceptando el precedente, impuso sus condiciones.
Entonces fué cuando la Producción comenzó con verdad a ser considerada como un gran hecho social. El problema para los Estados nacionalistas pasó, naturalmente, a ser planteado en función de la paz social, es decir, de la Justicia.
Entonces se vio lo que los nacionalistas proclamábamos hace muchos años.
La Producción se componía de diversos elementos esenciales. Pero esos elementos no podían combatirse sin menoscabarse mutuamente. Teniendo el Estado que imponer la justicia para obtener la paz social, tendría que considerar esos elementos, no disociándolos ni contraponiéndolos, sino coordinándolos y garantizando el derecho de cada uno. ¿ Cuáles eran, pues, los elementos sin los cuales la Producción sería imposible? El capital, el trabajo y la técnica. Las «clases» se aparecían como un error ante la economía moderna.
En fin, ¿qué criterio estimativo serviría hoy para valorar las «clases» ? ¿ El criterio censitario ? ¡ Pero si la técnica moderna concede a un tornero mecánico el sueldo de un funcionario del Estado! ¿El criterio de cultura? ¿Pero si un labrador rico o un gran capitalista industrial no tiene hoy más cultura que un hombre de carrera de la clase media hijo de su administrador o del contramaestre de su empresa!
No habiendo distinción entre las clases, ¿ cómo puede todavía interesar la lucha de ellas ante la soberanía de la Producción, que engloba a todas y vive de su conjunto?
III. - Negamos la solidaridad del proletariado universal por cima y contra las fronteras sagradas de las naciones.
La historia de las Internacionales Obreras demuestra con vivísimos ejemplos el absurdo que supone la negación de las realidades nacionales cuando se quiere crear la solidaridad proletaria por cima de sus fronteras.
La Primera Internacional, fundada por el propio Marx y por su discípulo Engels, acaba desastrosamente en la guerra del 70, cuando franceses y alemanes se ametrallan por los intereses de sus países respectivos. Y de tal manera las realidades nacionales pesan en el espíritu de los fundadores de la Primera Internacional Obrera, que ni Marx es ajeno a su influencia, ya que él mismo, en cartas a Engels (*), muestra su regocijo por la victoria alemana...
(*nota de rodapé: La clase obrera alemana es, bajo el punto de vista de la teoría y de ]a organización, superior a la francesa; su victoria en el mundo contra los obreros franceses, supondría al mismo tiempo la victoria de nuestra teoría sobre la Proudhon». Brief wechsel, t. IV, p. 29, 6. / En otra carta a Engels, de 20 de julio de 1870, Marx decía : «Los franceses necesitaban ser apaleados». (Die Franzosen brauchen Priegel). Brief -werchel f. V. R. / Citamos a mayor abundamiento esta prueba de germanismo de Marx, cuando escribía dando instrucciones a Bolte, en 1871: «La orden del día es que en el Consejo general reine el pangermanismo, es decir, el bismarkismo». Marx a T. Bolte, Londres, 28 de noviembre de 1871. Briegefund.)
La Segunda Internacional se descompone y liquida en agosto de 1914, cuando la Gran Guerra llama a la defensa de las fronteras a los pueblos enfervorizados y en armas. Entonces fué cabalmente la sección obrera alemana la que dio ejemplo de más ardiente nacionalismo. La política guerrera del Imperio alemán encontró en los marxistas nacionales sus mejores auxiliares.
El «camarada» Sedukun fue enviado a Italia para abogar entre las clases proletarias por los intereses de la Alemania imperial, y el «camarada» Koster (**), entre otros, va a la Bélgica invadida a convencer a los obreros belgas de la justicia de la victoria alemana...
(**nota de rodapé: Conocida es la acción del camarada Koster, en Bélgica, bajo la dominación. Para convencer a los obreros belgas de que debían trabajar en los ferrocarriles que servían al frente alemán, Koster defendía la civilización germánica, y cuando le salían al paso con la honra ultrajada de la nación belga, Koster respondía: La honra es un prejuicio burgués con el que los obreros nada tenemos que ver».)
Más tarde, cuando la derrota se aproxima, es aún en sus marxistas en quienes Alemania fía la salvación, enviándolos a Zimmeswald a conquistar a los camaradas franceses e italianos para una paz prematura.
Viene luego la Tercera Internacional, y en ella el espíritu nacionalista de las secciones es tan intenso, que pronto hubo de dividirse en Internacional Roja, en la cual predominan los intereses paneslavos, dirigidos... por la Dictadura del proletariado de Moscú, e Internacional de Amsterdam, donde franceses, ingleses y alemanes se disputan la primacía de la influencia.
Así, cuando la nación hace su sagrado llamamiento a la defensa de la tierra en que nacimos, todos los lazos de ilusoria solidaridad por encima de las fronteras, se deshacen como humovano. Una solidaridad más fuerte, hecha de vivas y vernáculas realidades, une bajo la misma bandera todos los esfuerzos y todas las energías de un pueblo. Contra ella, nada puede el convencionalismo internacionalista de las horas de paz.
IV - Condenamos la libertad de trabajo, la libre concurrencia y la libertad de comercio, por contrarios a la Producción.
No consideramos derechos sin obligaciones.
Condenados por la economía moderna, el liberalismo económico y el individualismo, condenadas están todas sus manifestaciones esenciales.
La libertad de trabajo y la libertad de comercio nos llevaron al supercapitalismo y a la superproducción, ruina del mundo actual.
Producir como fuere, desentendiéndose de las reglas generales de la Producción y del Consumo, dio como resultado, por ejemplo, la superabundancia de trigo en los Estados Unidos y la ruina de los labradores de este país. Comerciar sin poner un límite a las ganancias y a la ambición natural del mercantilismo, fue el camino que condujo al capitalismo especulativo, meta de la tiranía financiera.
La Producción es un fenómeno en el que intervienen factores materiales y morales, que si no se sujetan a un justo equilibrio, pueden llevarla a graves crisis y aun a la misma muerte.
Sin la anarquía económica en que vivimos, muy otro sería el estado del mundo. La independencia de unos, la especulación de otros, todos los restos del duro trance que atravesamos, todas esas razones hubiera sido inútil intentar oponerlas en régimen de liberalismo económico.
Sólo una vasta, coordenada y profunda organización econó- mica puede imponer obligaciones donde hay derechos, limitar ambiciones, encaminar iniciativas, organizar previsiones.
Tal organización excluye, naturalmente, individualismos anárquicos y desenfrenados apetitos personales. Es la organización por grupos económicos que mutuamente se limitan y condicionan. Trabajo, distribución, consumo, son otros tantos factores que la comunidad nacional ha de tener presentes al resolver el problema de su destino.
Nada en ellos puede ser arbitrario y desordenad ; todo tendrá que obedecer a la ley del interés común.
IV - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
V. - CONDENAMOS LA CENTRALIZACIÓN DEMOCRÁTICA, EL MONOPOLIO PARLAMENTARIO Y TODA LA ACCIÓN DE LAS ASAMBLEAS POLÍTICAS SOBRE LA GESTACIÓN Y DINÁMICA DE LA PRODUCCIÓN
As necesidades de defensa del sistema capitalista nos llevaron a la conquista para él, previsor y hábil, de todo el engranaje del Estado demócrata o liberal-demócrata. La ley económica, en todo lo que podía ser influída por las posibilidades del Estado, pasó pues a recibir la orientación capitalista a través de los órganos políticos conquistados. A eso nos condujo «la gran palanca de emancipación»: el sufragio. Tener en la mano las masas electorales era tener el dominio directo sobre el Poder. Para conquistarlas, nadie en situación tan privilegiada como el Capitalismo.
Sensibles a la gran prensa y a los beneficios que en momentos dados sólo las grandes empresas pueden dispensar, los electores eran dócil juguete de los grandes intereses económicos que se disputaban entre sí la posesión de un país.
Los elegidos en las urnas después de ruidosa y violenta «disputa de ideas», se vio pronto que no eran más que simples mandatarios de las grandes empresas o de los grandes «trusts» que las concentraban y reunían. La vida cívica desapareció paulatinamente para dar paso al triunfo brutal de Oa vida económica. De día en día, a medida que el Capitalismo se veía obligado a abroquelarse en la legislación de un país, crecía y se hacía más absorbente su acción política. No se hizo, pues, esperar el he- cho de que los Parlamentos se vieran únicamente dirigidos por la trama oculta de los grandes intereses —Banca, Industria, Gran- des terratenientes— y los partidos políticos, perdieron toda su independencia, que a veces los había hecho heraldos de una ideología más o menos definida y puntualizada, no pudieran huir a su destierro, adaptándose ciegamente a la maniobra económica que los arrastraba.
Así el Capitalismo se vio dueño absoluto de la nación, teniendo en sus manos, gracias al sufragio, la palanca decisiva de la política.
Dominar en política liberal-democrática, era centralizar, reunir en pocas manos las riendas de la gobernación del país. A la concentración capitalista fácil le fue entonces manejar el arma de la centralización política, reforzándola con las imperiosas necesidades de la economía.
Libres de escrúpulos y sin que la nación pudiese exigirlas responsabilidades que se diluían en el turbio y movedizo mecanismo parlamentario, las Asambleas políticas se convirtieron en el enemigo más poderoso de la economía nacional.
Las élites del trabajo — manual o intelectual — fueron disueltas o dominadas fácilmente por las mayorías secuaces del capitalismo demócrata. La noción de la justicia en las relaciones entre los trabajadores fue sojuzgada por el criterio unilateral de la política partidista imperante. Las Asambleas parlamentarias ya no volverían a ver la posibilidad de tener en su seno representantes de los factores esenciales de la producción. En el funcionalismo y en los abogados de palabra fácil encontraron los Parlamentos su fondo propio y natural. De aquí su incompetencia, todos los días probada, para resolver los problemas de la economía nacional.
Desconociendo en absoluto las necesidades del país y los términos en que esas necesidades se planteaban ante la economía moderna, los «representantes del pueblo» mostrándose incapaces de prever el trágico camino a que la crisis económica arrojó a los países.
Mil veces probadas su incompetencia, su imprevisión, su venalidad, las Asambleas políticas son la pesadilla de los pueblos que todavía les encomiendan sus destinos y el amargo recuerdo de aquellos que antaño las adoptaran con todas sus funestas consecuencias.
VI. - CONDENAMOS TODA ORGANIZACIÓN DE PROUCTORES QUE NO SEA PURA Y NÍTIDAMENTE PROFESIONAL
Hemos visto que cuando la producción pasó a tener un sentido político para la defensa de sus intereses, se convirtió en oligarquía temible, absorbiendo en provecho de uno de sus factores — él capital — toda la actividad del país. Cualquier organización profesional que inscriba sus destinos en la bandera de una ideología política, proponiéndose conquistar así el Estado, prohija el mismo yerro del capitalismo, teniendo como él una visión unilateral de los problemas de la producción.
Como trabajadores, sólo una formación les es provechosa por ser la única que se dibuja a sus ojos con un propósito de justa y clara solidaridad: la organización profesional. Dentro de ese círculo de intereses justos creados por las mismas necesidades y las mismas aspiraciones, los trabajadores de un mismo oficio crean entre sí un espíritu de cohesión y estima recíproca cuyo alcance social a nadie escapa.
El sindicato profesional puro, libre de toda intención política, es hoy para todos los economistas la base segura de la reorganización económica del mundo. Así, pues, es de imperiosa necesidad afirmar y mantener cada vez más separado el sindicato del grupo político, la formación de orden económico-social, de la organización política militante. Oriéntense en buena hora por los mismos principios de doctrina económico-social unos y otros, pero nunca —para bien de la producción— se conduzcan por el mismo criterio asociativo los grupos de naturaleza económica y los de acción política. Sólo manteniéndose en su pureza profesional, lejos de todas las pasiones políticas, puede el Sindicalismo cumplir su dura misión en el mundo actual. Servirnos del Sindicato profesional como arma política, es inocularle desde luego el germen que descompondrá y liquidará para siempre al Sindicalismo.
En Rusia, por ejemplo, en un régimen que se proclama organización de productores, por excelencia, el sovietismo aniquiló el Sindicato, queriendo hacer de él un refuerzo del sistema político. La vida sindical desaparece atrofiada por la tiranía del secretariado del Partido comunista, sede de todo el poder en Rusia. Las reuniones de Sindicatos, las elecciones de sus cuerpos dirigentes, todo es controlado y dirigido por la mano de la política soviética, sin garantías profesionales.
En Rusia, prácticamente, el Sindicalismo ha muerto. El Estado lo reconoce paulatinamente y pretende resucitarlo; pero el Sindicalismo que preconiza nace siempre bajo el signo de la política soviética, y pronto agoniza y muere.
VII. - AFIRMAMOS QUE LA FAMILIA ES LA CÉLULA PRIMARIA DE LA SOCIEDAD
En los primeros seis «Mandamientos de la producción» se define, por así decirlo, la parte negativa, la que comprende la condenación de los principios contrarios al interés social-económico de la producción.
A través de cada uno de esos Mandamientos se aclara y toma cuerpo todo lo que las enseñanzas de la Economía moderna ordenan que debe ser repelido para bien del libre juego de la producción y de la justicia social en las relaciones entre sus elementos esenciales.
En los seis Mandamientos que vamos a analizar ahora, es la parte positiva la que se afirma, aquella que desde los cimientos sostiene toda la construcción del edificio social-económico que propugnamos.
Así, la base de ese edificio, la primaria y poderosa célula de esta nueva sociedad, como lo ha sido a través de los tiempos, es la familia. Este es, en efecto, el grupo social permanente, duradero, que en sí mismo se eterniza-, convirtiéndose en roca firme, sobre la cual se puede construir y levantar una obra resistente. Mientras el edificio social se quiso levantar sobre el individuo, se Je dio — como ahora se reconoce — una base mudadiza y efímera, de suelo de arena; a la nueva sociedad se le da, por el contrario, un cimiento de consistencia eterna. La familia, constituida así en fuerte base del edificio social, es el asiento de todas las virtudes que la prestan cohesión y valor humano. Restaurar la sociedad es, pues, en primer lugar, restaurar el sentido sagrado de la familia, creándola todas las condiciones morales y materiales que la dignifican y eternizan. De esta manera se imponen todas las fórmulas a través de las cuales se refuerza su seguridad y su estabilidad.
Reforzar la estabilidad de la familia no es, sin embargo, como tantos piensan, condenar tan sólo las leyes del divorcio. Es, en primer lugar, rodear el matrimonio de condiciones de «control» tales, que se puedan luego sofocar en sus brotes graves motivos de desorden moral y físico, que más tarde se desarrollan y ponen en riesgo la personalidad y la especie humanas. Y después, rodearla de las posibilidades materiales que garanticen su misión en el tiempo y en el espacio. Consolidar el patrimonio material de la familia es tan necesario para su existencia como mantener el patrimonio moral de la sociedad.
Homestead, salario mínimo familiar, acciones obreras de familia, habitación, etc., son los medios que se preconizan para el robustecimiento material de la institución familiar. Y no se trata evidentemente de considerar la familia bajo el aspecto caprichoso de un sentimentalismo romántico e inútil, sino de una doctrina que la restaure y fortifique para base de la sociedad futura.
VIII. - AFIRMAMOS QUE LA PRODUCCIÓN ES EL CONJUNTO ORGÁNICO DE SUS TRES PARTES ESENCIALES: CAPITAL, DIRIGENTES Y OBREROS
Cuando negamos la existencia de las clases» y su incesante litigio dentro de la producción, sacábamos la consecuencia, a través de las enseñanzas de la economía moderna, de la unidad orgánica de esa producción.
No es posible, en verdad, considerar la producción sólo en función de uno de sus factores.
Tan errado es el criterio de los que fundamentan los fenómenos de la producción en la exclusiva intervención del capital, como el pensamiento de los que todo lo atribuyen a la «mano de obra».
La verdad es que sin capital inicial y capital de reserva, la empresa no puede crearse y vivir, como no se crearía ni viviría sin la técnica industrial, la administrativa o la mano de obra. Los elementos de la producción son, pues, forzosamente solida- rios. La deficiencia de uno acarrea fatalmente dificultades en el funcionamiento general.
Sembrar la desconfianza y llevar a la lucha al «capital» contra la «mano de obra» es, pues, arruinar la producción, sin ventajas para la justicia social que se pretende. Lo que importa es, por el contrario, asegurar la armonía entre los elementos de la producción, garantizando los derechos de cada uno por la consignación de los propios deberes.
He aquí por qué se impone como cosa evidente una organización con bases de justo equilibrio de la producción, de forma que se determinen los límites de la acción y de la influencia que cada uno de sus elementos debe ejercer para provecho general. Nada, pues, de poner capital contra trabajo. Hay productores de diversas profesiones y categorías. La producción es su conjunto orgánico.
IX. - AFIRMAMOS QUE EL GRUPO ECONÓMICO (SINDICATO) ES LA BASE DE LA PRODUCCIÓN
Si la producción exige para ser eficaz una organización que garantice el equilibrio entre sus elementos, clara resulta, asimismo, la necesidad de la propia organización de cada uno de esos elementos.
No es posible, en verdad, suponer que los factores de la producción puedan someterse a la ley común si, dentro de cada uno, no existe solidaridad entre sus componentes que lo hacen un todo social útil.
La dispersión individualista y anárquica de los que integran cada elemento de la producción, haría precaria e ilusoria una organización destinada a garantizar el equilibrio y la justicia entre esos elementos.
La organización de la producción moderna exige, por consiguiente, como base, la formación del grupo económico, la concentración de los individuos que trabajan en el mismo ramo profesional. El Sindicato conquistó de esta manera su lugar fundamental e indiscutible en la economía de nuestro tiempo.
¿ Por qué el «Sindicato» ? ¿ Por qué no se aprovecha y restaura cualquiera de las viejas designaciones medievales de organización económica?
El movimiento nacional sindicalista negaría su esencia revolucionaria y creadora si se perdiese tras de palabras que no signifiquen acción para las masas trabajadoras de nuestro tiempo.
La palabra «gremio», por ejemplo, aprovechada por la dictadura portuguesa para designar las organizaciones patronales, es absolutamente contraria al espíritu renovador del sindicalismo moderno.
Palabra gastada, que ha servido de rótulo a tantos «clubs» pacatos de panzudos burgueses, jugadores de dominó y de tresillo, él vocablo gremio, si algo dice a los ojos de las masas proletarias es exactamente en el sentido que marca más hondamente la distancia entre los «mimados de la fortuna» y los obreros inquietos por el día de mañana.
Las palabras toman, pues, parte en la polémica. Forman en las trincheras, armadas y fuertes como batalladores incansables. Las viejas palabras olvidadas a la memoria de los hombres, son hoy apenas jalones gloriosos de la historia que nos enseñan el duro camino recorrido por su destino. Hay, es cierto, palabras de tan fuerte expresión, que jamás se ha apagado su sentido, como las ideas que siempre son nuevas por ser eternas.
A cada instante de renovación espiritual, corresponde, por consiguiente, un vocabulario también renovado.
Revolucionarios, no vemos las ventajas de contrariar las leyes de la Revolución, y por eso nos valemos de palabras que traduzcan más que otras algunas la agitación y el anhelo revolucionario.
La palabra «Sindicato» tiene a los ojos de los trabajadores una fuerza bien clara; traduce un poder dinámico perfectamente definido. Sólo aquellos que se dejan llevar de prejuicios conservadores pueden temer servirse de una designación que es ya, por sí, una preciosa palanca en el trabajo de la organización económico-social moderna.
¿ Tiene esa palabra abolengo revolucionario ?
Tanto mejor. Para nosotros, «Revolución» no es un fantasma que nos aterra ni una maniobra lanzada a los ojos de los obreros. «Revolución» es la expresión fuerte e inigualable de la inquietud amarga y creadora que anima al mundo en su demanda de justicia.
V - LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA PRODUCCIÓN
X. PROCLAMAMOS AL ESTADO JEFE DE LA PRODUCCIÓN NACIONAL Y LA OBLIGATORIEDAD DEL TRABAJO QUE EN ESTE MOMENTO ASISTÍ A TODOS LOS PORTUGUESES
En este "mandamiento" que, como los principios de la producción, data de 1920 y tiene ahora la más viva actualidad, se indica claramente el sentido en que nosotros tomamos la intervención del Estado en los problemas de la Economía nacional.
¿Economía dirigida?
El concepto de Economía dirigida en boga, lleva en sí el gravísimo error de plantear los problemas de la producción únicamente en función de las soluciones técnicas.
Ahora bien, siendo el movimiento nacional-sindicalista un movimiento de justicia social por excelencia, no puede considerar, sin contradecirse, los problemas de la Economía desde un punto de vista que desprecie los datos psicológicos humanos que en ella interesan.
Reducir a cifras, a coeficientes seguros la definición del tra- bajo sin tener en cuenta la naturaleza particular de cada uno de sus factores, es tener del hombre y de la producción un concepto demasiado mecánico, es decir, antihumano.
Por eso nosotros aceptamos de la Economía dirigida únicamente el criterio que inspira ciertos métodos útiles para aplicarse en la dirección y en la previsión de los acontecimientos.
El Estado no asume en el régimen nacional-sindicalista ni la función del patrón fordiano, ni la de la burocracia soviética. Nosotros no entregamos y sometemos enteramente el hombre al Estado, para mayor provecho y gloria del individuo... Nos servimos del Estado y de sus organisaciones corporativa y sindical para mayores posibilidades; queremos que el hombre vuelva a ser hombre, sacrificando el individuo al triunfo y gloria del Espíritu.
He aquí por qué, para nosotros, el Estado nacional-sindicalista no «dirige» sino en el sentido de «orientar», esto es: previsión, fiscalización, unidad. El Estado es, pues, el «jefe» de la producción nacional, dando a la palabra jefe el significado actual de conductor supremo, fuerte e indiscutible.
En régimen nacional-sindicalista, el Estado establece el plano dentro del cual se desenvuelven las leyes de la economía nacional; fiscaliza las relaciones entre la producción y el consumo; reglamenta, condicionándolo al interés del país, el juego de los diversos grupos económicos dentro del engranaje general; organiza y garantiza la justicia social. Así, es el Estado quien por sus órganos superiores preside e impulsa la gestación y la dinámica de la producción, limitando todavía el ámbito de su intervención con las libertades particulares propias de los organismos económicos.
Por su posición, que se remonta sobre los horizontes del país, tiene en sus manos elementos de visión y de información detallada, imposibles de reunir en las manos de cualquier grupo económico. Por grandes que sean en verdad las posibilidades de esos grupos, siempre resulta limitada y unilateral su visión de los intereses del país.
El mando del Estado como gerente y orientador de esos intereses particulares, surge hoy, a los ojos de la Economía moderna, como una lógica conclusión indispensable al edificio social-económico, totalitario, ordenado, «orgánico» a construir sobre la ruina de la anarquía liberal-demócrata.
El Estado se informa, prevé y, cuando es necesario, ordena.
¿Nueva tiranía?
No. El Estado nacional-sindicalista no está constituido por una oligarquía como el régimen dominado por el capitalismo o por una función política, como en el comunismo soviético. En cualquiera de esos casos, la acción del Estado no puede inspirarse en el bien general, por tener que someterse al interés exclusivo de una clientela o grupo político. Al contrario, en régimen nacional-sindicalista, el Estado es toda la Nación económico-social organizada conforme a los intereses morales y materiales y representando a través de sus jerarquías el trabajo y la vida cívica de la Nación.
El Estado nacional-sindicalista es, y no puede ser otra cosa, una delegación de sindicatos organizados, de municipios, de la cultura y de las fuerzas morales. No hay tiranía cuando es el interés general quien ordena.
¿Hasta cuándo ordena en determinado momento la obligatoriedad del trabajo para todos los portugueses»?
Los que no «necesitan del trabajo», no por eso dejan de tener el deber de trabajar en la sociedad nueva que preconiza el nacional-sindicalismo. Todo es trabajo. El capital mismo, si no tiene trabajo, es usura, y como tal se condena.
La ley general del trabajo, que hace más suave el calvario de unos por la solidaridad de otros, es más y más justa cuando la impone la redención de la Nación.
El nacional-sindicalismo proclama en su X principio que la salvación del país está en el trabajo duro y perseverante de todos los portugueses.
XI. PROCLAMAMOS QUE LA PROPIEDAD ES UN DERECHO, POR INTERÉS DE LA PRODUCCIÓN Y POR INTERÉS NACIONAL
¿Está el derecho de propiedad, consagrado por el espíritu jurídico romano, en peligro de revisión y en trance de ser sustituido? Para responder a esta interrogación, de tan grande y grave actualidad, hay que hacer primero una aclaración necesaria. El Derecho romano de propiedad — lo prueba la crítica histórica del Derecho — tiene en su base un sentido eminentemente social. Ese sentido es, por esencia, eterno e inviolable. Si se entiende, sin embargo, el derecho de propiedad a través de su interpretación individualista y anárquica, que engendró él capitalismo moderno, es evidente que nada ya se puede oponer a su transformación y reforma.
Así, cuando hablamos de propiedad para considerarla sólo como un derecho, podemos referirnos a la que se justifica y consagra a través de su utilidad social.
La propiedad individual, vista a través de este prisma, pierde su significado egoísta y anarquizante para ocupar únicamente lugar específico en la escala de los valores de la comunidad nacional.
No admitimos derechos sin obligaciones.
Organizado el país en régimen nacional-sindicalista, régimen de esencia totalitaria y solidaria, la propiedad individual sería en él un contrasentido y una aberración, si esta afirmación de tan grande y grave actualidad no estuviera subordinada a la respuesta a esta interrogación que la ciencia del derecho interpreta y justifica: ¿Tiene o no un profundo sentido social el derecho de propiedad?
No, si en verdad la propiedad se mantuviese aislada, sin deberes, como cuerpo extraño al organismo económico-social del país. Semejante cosa, sin embargo, no acontece. La propiedad individual tiene en el engranaje sindical y corporativo, tal como nosotros la entendemos y tratamos de ponerla en práctica, un papel marcado por el interés de la producción y por la ley de la solidaridad corporativa nacional.
Este concepto de la propiedad asegura una visión clara del futuro a todos los trabajadores. A través de él las fórmulas de la producción y del trabajo varían en una fecunda y espléndida diversidad de iniciativas.
Propiedad individual, propiedad colectiva, propiedad individual asociada, en pequeños o largos plazos, propiedad colectiva de explotación individual, etc., el panorama de la propiedad en régimen nacional-sindicalista lleva en sí todas las posibilidades humanas dentro de la justicia y de las virtudes de su voluntad creadora.
¿No sería, sin embargo, más fácil para crear una sociedad de justicia y de bien público condenar desde ahora la propiedad individual?
Así lo juzgó en un principio Lenin, como discípulo fiel de Karl Marx. El Estado soviético fué de esta manera llevado de la mano a la expoliación de todas las formas de propiedad privada. El resultado fué la creación de una vasta y poderosa oligarquía burocrática (* nota de rodapé: Ordjonekice anunció en el XV Congreso del Partido comunista ruso que el número de funcionarios, fuera de los corporativos y de las organizaciones, de las juventudes comunistas, alcanzaba la espantosa cifra de 8.722.000) que, económicamente, nada produjo, y, socialmente, se convirtió en cáncer temeroso para la comunidad rusa, dentro de un Estado impotente para la creación y administración de la riqueza pública.
Lenin comprendió a su costa, o, por mejor decir, a costa del pueblo ruso, su equivocación, el error de convertir al Estado en patrón único. Ciertamente, el estímulo que la propiedad despierta en el trabajador, no es toda la razón que la pueda justificar. Pero es tan de tener en cuenta, que el propio Lenin y Estaline, más tarde, por medio de una escala de organismos, fundada en ese estímulo, procuraron remediar las consecuencias de su brusco ataque a la propiedad privada.
XII. PROCLAMAMOS LA NACIÓN ETERNA COMO RAZÓN PRIMERA DE NUEVSTRA EXISTENCIA SOCIAL: LA NACIÓN VIVA Y ACTIVA A TRAVÉS DEL COLOR ESPECÍFICO DE LA PROVINCIA, DE LA REGIÓN Y DEL GRUPO ECONÓMICO
Los doce principios de la producción tienen su coronamiento lógico en el reconocimiento de la «Nación», dentro de cuyas fronteras se realiza el acoplamiento necesario de los trabajadores.
La quiebra de la primera internacional antes de la guerra franco-alemana del 70, la de la segunda internacional antes de la guerra europea de 1914, y la de las internacionales creadas después de 1918, prueban de una manera bien clara la ley eterna de los nacionalismos, que nadie de buena fe, libre de prejuicios de escuela política, podrá dejar de considerarla como un dato seguro e imprescindible.
El propio comunismo soviético no logró escapar a la ley general. Las fronteras son para él tan sagradas y justas como para el zarismo. Para servir su política pan-eslava, crearon los soviets la Internacional de Moscou.
Ahora mismo, en esta hora trágica que está viviendo el mundo, cuando las propias conferencias del desarme sólo sirven para evidenciar el duro embate de los antagonismos nacionales, el comunismo internacionalista y pacifista por excelencia, se arma hasta los dientes y hace centinela atento e inquieto en la noche sombría de una Siberia trágica que el Japón amenaza.
¿Qué hay de nuevo en el mundo?
¿El deseo que ciertas élites acarician de paz y respeto mutuo entre los pueblos bajo el signo de grandes ideales?
Ni eso. El universalismo inspirado por Roma tuvo mayor grandeza y un sentido espiritual más profundo.
Una realidad descuella hoy entretanto a los ojos de las actuales generaciones: la imposibilidad en que se está de intentar organizar de una vez para la mejor distribución de la justicia y de la paz social, todo el mundo civilizado de nuestros días. Aun aquellos que no creen en la «eternidad» de la Nación, se ven obligados a admitirla como una "etapa" cuya duración y vitalidad se prolongan en la infinitud de los tiempos.
El movimiento nacional-sindicalista, partiendo de la realidad «Nación», dio así a su doctrina social y económica una base sólida para, sobre ella, levantar con seguridad el edificio de la sociedad nueva. En la perturbación anárquica que agita al mundo, el hombre sólo encuentra la verdad, la confianza y la garantía de equilibrio dentro de los cuadros nacionales donde «eternamente» se mueve... De padres a hijos... En la línea interminable de los antepasados y en el insondable camino de los que están por venir. Pero la Nación espiritual es una verdad también económica difícil de negar. El círculo de posibilidades y garantías que la Nación crea con sus fronteras al pueblo que dentro de ella se acoge y protege, es una de las más vivas realidades de nuestro tiempo.
Sin la Nación como círculo de defensa económica, ¿ cómo vivirían las industrias de los países donde la naturaleza no produce, por ejemplo, el carbón o aquellos que tienen en la tierra y en el clima condiciones que las perjudican?
El hombre, en cualquier lugar sobre todo el haz de la tierra, es hombre, digno de vivir de las posibilidades de la patria en que habita, libre y no esclavo de los otros hombres. Dentro de ella, la justicia es más fácil de mantener y organizar, y la resistencia del hombre contra cualquier intento de esclavitud por parte de sus hermanos, se refuerza con valores morales y eternos que le dan una posición superior e invencible.
El concepto de Nación tiene para nosotros este sentido enteramente activo y creador. La protección de las fronteras nacionales tiene como contrapartida el suscitar las virtudes cívicas, que son la mejor garantía de las prerrogativas sociales. El hombre que tiene el legítimo orgullo de su país, no puede desinteresar-se de que en él reinen la paz y la justicia.
La Nación es, de este modo, la razón primaria de nuestra existencia social.
Completándose, hincando en fértil suelo las raíces de su vocación social, el hombre se crea después a sí propio, dentro de la Nación, círculos más limitados e íntimos, donde su sensibilidad se derrama y su espíritu se reviste de peculiares y variadas notas, y toman la más viva personalidad humana.
Son esos círculos de vida social particularmente definida por mil motivos los que influyen en el carácter del hombre, prestándole un sedimento y una estructura características que constituyen lo que llamamos Provincias y Regiones y que son, dentro de la patria grande, de la patria total, su sagrada y gloriosa miniatura.
Los intereses políticos de la liberal-democracia, reforzando su sentido centralizador heredado de la Revolución francesa, entorpecieron la vida de la Nación, desarrollando una cabeza desproporcionada mientras el cuerpo se sentía atacado de anemia y atonía.
Los partidos políticos sólo podían, sin embargo, gobernar merced a las posibilidades que les prestaba el poder central, cuya sede era la capital del país. En la capital convergían, pues, todas las voluntades y ambiciones que en la provincia se asfixiaban y morían de inacción. De este modo fueron muriendo en el abandono de sus valores y en el desprecio de la tiranía de la capital las fuerzas regionales del país.
El nacionalismo, que es la restauración integral de la Nación en todos sus aspectos materiales y morales, restaura, naturalmente, la vida fecunda y útilísima de las provincias y de las regiones, dando a su medio propio y característico todo el valor que conviene a su función histórica.
El nacionalismo pone así, entre las indicaciones de su programa, como condición indispensable de salvación pública, un régimen de descentralización administrativa que encierre en sí todas las libertades y garantías de un fuerte y equilibrado regionalismo.
¿Bajo qué signo restaurará, no obstante, ese regionalismo cuyo concepto la liberal-democracia arrojó alocadamente a los manuales de turismo o al saudosismo infecundo de ciertos poetas ?
Es evidente que esta restauración se inspira sobre todo en razones de orden económico y de orden social.
El «grupo» base de la economía moderna impondrá, naturalmente, el criterio de su interés y de su posición. De esta manera, se obtendrán los materiales necesarios para la formación y garantía de un regionalismo cuyas características no desmienten por sistema el tradicionalismo económico que las podía haber engendrado, pero que no temen sobreponérsele cuantas veces su actual interés lo exija.
Siempre habrá, es cierto, margen para el regionalismo tradicional, lleno de posibilidades creadoras que no deben menospreciarse. Todavía lo que interesa considerar en ese movimiento de rescate nacional-sindicalista es, de un modo particular, todo lo que se caracterice por aspectos diferenciales en la actividad económica.
Restauremos, pues, las Regiones, las Regiones económicas, que bajo el signo de la Agricultura o bajo el signo de la Industria, reúnan en sí determinadas posibilidades para los grupos económicos que las forman y delimitan.
VI - LA REVOLUCIÓN NACIONAL DE LOS TRABAJADORES
I - EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO Y LA BURGUESÍA
HEMOS expuesto a los lectores de esta revista, bien que en síntesis, el sentido en que eran tomados por las masas nacional-sindicalistas portuguesas los mandamientos dé su programa mínimo, expresados en los doce principios de la Producción: sentido clara y terminantemente revolucionario.
A través de ese resumen, que en las páginas de ACCIÓN ESPAÑOLA ha quedado, es fácil ahora comprender los motivos de acción y das razones de orden espiritual que hicieron el milagro de reunir en un pequeño plazo y con escasísimos medios de propaganda la formación política de más importancia del país.
En este sentido revolucionario está el secreto de esta marcha sin igual en los anales de la política portuguesa, de este movimiento constituido por estudiantes, obreros, militares (*nota de rodapé: El movimiento Nacional-Sindicalista portugués, es la organización nacional que cuenta con más afiliados entre los elementos militares, sobre todo en las clases más jóvenes hasta el puesto de Mayor. Tiene el Nacional-Sindicalismo en sus filas algunas autoridades superiores del Ejército, pero es de Mayor para abajo donde domina por completo) pequeña y media propiedad. Si en él entrara, como convenía a su propio interés, la gran agricultura y gran industria, la victoria habría sido fulminante.
No entraron, sin embargo. La marcha tuvo y tiene que hacerse, sin más demoras, ganando duramente sus etapas. Esto dio por resultado una fisonomía particular de características aún no definidas, como en los movimientos nacionalistas congéneres, para el movimiento nacional-sindicalista portugués. Este se hizo claramente popular, ganando en profundidad todo lo que las circunstancias del momento político nacional ha impedido alcanzar en la superficie.
Esta fisonomía popular y revolucionaria del Nacional-Sindicalismo impresionó hondamente a la vieja burguesía que pronto entendió ser deber suyo procurar poner todos los obstáculos posibles a nuestra marcha. Sintióse su reacción primero a través del combate que dieran al Nacional-Sindicalismo las fuerzas masónicas o
masonizantes de la prensa liberal-demócrata, reacciones que dieron como resultado las manifestaciones tumultuosas de Coimbra, de Porto y de Braga, donde repetidas veces los camisas azules (*nota de rodapé: Aprovechando la lección de los nacionalistas revolucionarios europeos, también el Nacional-Sindicalismo portugués adoptó, en su técnica de combate, un uniforme o distintivo para sus fuerzas de choque. Así fue cómo la económica camisa azul de los obreros portugueses se escogió para vestir a nuestros compatriotas.) se cubrieron de gloria con el precio de su sangre generosa.
El movimiento estaba, sin embargo, lanzado y de tal manera, que la ola de su entusiasmo inundó todos los reductos que sus enemigos intentaron oponerle.
Vencido, no por eso se dio por convencido el «frente único» liberal-demócrata — masónico-comunista y... por qué no decirlo... católico, de los partidos católicos del Centro bien entendido. Comenzó entonces su ofensiva de miedo, ofensiva de intriga y de calumnia, intentando crear divisiones en la masa de los militantes y llegando al fin al extremo de pedir contra los nacional-sindicalistas, donde están la mayoría de los soldados de la Revolución del 28 de mayo, que dio el Poder a los actuales gobernantes, el auxilio del propio gobierno de la Dictadura.
Fácil fue a la intriga de la vieja burguesía aterrada encontrar en los círculos mismos que rodean al Poder auxiliares esforzados. A las camarillas que se formaran al calor de las circunstancias en torno a los gobernantes, no costó mucho hacer ver el peligro que para ellos representa un movimiento de renovación profunda como es el Nacional-Sindicalismo.
Su victoria representaba la liquidación sin apelación de esas camarillas, la limpieza de los engranajes del Estado heredados de la liberal-democracia y enmohecidos con todos sus errores y podredumbres.
Pronto tomaron, pues, para sí el aviso aquellos que viven a la sombra del Poder y, por tanto, de la figura que lo personaliza: el Dr. Oliveira Salazar.
Algunas eminencias grises surgieron entonces en la maniobra, desfigurando las intenciones del Movimiento y poniendo en permanente desconfianza la figura, ya de por sí moderada y conservadora, del jefe del Gobierno.
Poco a poco se fueron tomando medidas más severas contra el Movimiento. La prensa nacional-sindicalista fue sometida a una censura asfixiante, y, por último, le fue prohibida la circulación si no quitaba de sus cabeceras la indicación de Nacional-Sindicalista. Así la intriga de aquéllas cuya aspiración debía ser informar bien al Poder, llevó a Salazar a indisponerse contra sus mejores amigos y más leales colaboradores.
II - REVOLUCIÓN Y REFORMA
Las circunstancias, influyendo de este modo sobre los destinos de la Revolución del 28 de mayo, indujeron al Jefe actual del Gobierno de la Dictadura a establecer una nueva posición paradójica. El, que tiene en los nacional-sindicalistas un natural apoyo por ser los que mejor interpretan la hora del poder fuerte y nacional, vive ajeno a ellos, y a veces, hasta contra ellos.
Singular situación la de este hombre extraordinario y a todas luces superior. Teniendo que dar un programa al país, él, hombre del centro católico, le da un programa integralista; siendo un hombre de derechas, gobierna rodeándose de hombres de izquierda; católico práctico, mantiene un Estado que no sólo es laico, sino laicizante; queriendo gobernar con el programa integralista, se aparta de los integralistas que hicieron ese programa; disponiéndose a realizar un programa de reformas sociales, está separado de las masas obreras.
Cierto que este hombre extraordinario, este gran portugués, habrá pensado muchas veces en su posición y habrá deseado en su fuero interno modificarla. Sin embargo, su espíritu, es tal vez demasiado crítico y superior para poder sobreponerse a un eclecticismo grato a su cultura. De ahí su actitud intermedia, su vacilación frente a un camino que era la total negación del otro.
He aquí por qué teniendo que considerar el movimiento nacional-sindicalista como la escuela nacionalista imprescindible para realizar su obra, prefiere apagar su virtualidad creadora para servirse apenas de las medias tintas de aquello que no alcanza otras posibilidades. Y he aquí por qué, teniendo que apreciar las necesidades del país a la luz renovadora de nuestro tiempo, no acepta la Revolución y se decide por la Reforma. El movimiento Nacional-Sindicalista entiende, por el contrario, que la hora que el mundo atraviesa es una hora esencialmente revolucionaria. Sólo cercenando rápidamente se podrá impedir que la gangrena capitalista o comunista corrompan todo el organismo nacional; sólo cercenando rápidamente se obtiene la reacción indispensable en que ha de apoyarse la acción de los que intentan la salvación del país; sólo cercenando rápidamente se gana la confianza de unos y se consigue desalentar a los otros; sólo, en fin, cercenando rápidamente se logrará la radical transformación que los tiempos exigen, so pena de que todo se pierda.
En resumen: siendo el movimiento Nacional-Sindicalista un movimiento de masas, ¿cómo le sería dable mantener su ritmo, asegurar el espíritu que lo condujese aceptando ciertas etapas económico-sociales que el concepto de Reforma considera o hace ver como definitivas, poniendo así un límite al horizonte abierto de las aspiraciones revolucionarias que lo animan?
Evidentemente, las etapas conquistadas por la reforma de las instituciones político-económico-sociales intentada por el Dr. Oliveira Salazar y por la actual Dictadura portuguesa, nosotros las miramos con interés justificado y simpatía. Ellas ayudarán en cierto modo a crear un ambiente propicio a la transformación to- tal que los tiempos reclaman. En ellas nos apoiaremos como realidad averiguada para mejor lanzarnos a otras conquistas. La Reforma tiene, pues, una función apreciable hasta para nosotros los revolucionarios. Pero tiene también sus peligros, que no podemos dejar de considerar con atención. El espíritu de la reforma, crea, poco a poco, una adaptación a una media verdad y una justicia a medias, absolutamente condenable. El impulso dado a las rei- vindicaciones sociales pierde en alma y en profundidad, contentándose los hombres muchas veces con la etapa conquistada, acomodándose, aburguesándose en una posición mejor que la anterior, pero muy lejos aún de la posición necesaria.
Sólo la Revolución consigue de hecho realizar transformaciones sustanciales, alcanzando para la personalidad humana profundas posibilidades de emancipación económica o espiritual
El movimiento Nacional-Sindicalista, en vista de la reforma de Salazar, se siente en la necesidad de afirmar de una manera cada vez más categórica su fe revolucionaria como medio indispensable de conseguir la necesaria transformación de la sociedad portuguesa, bastardeada por cien años de liberal democracia utilitarista y corruptora.
EL NACIONALSINDICALISMO Y SALAZAR
El antagonismo nacido de estos dos conceptos, Revolución y Reforma, reforzó en Salazar el espíritu de desconfianza hacia el movimiento Nacional-Sindicalista, espíritu ya creado por las razones antes expuestas a nuestros lectores.
Nuestra propaganda entre las masas, llena de vibración y entusiasmo, pareció a la ponderación del Reformador envolver un peligro para los intereses de la situación actual. Despertar, sacudir la opinión pública, ¿no sería llevarla a una agitación cuyos límites serían difíciles dé calcular?... No; Salazar, quería que la arcilla con la que intentaba moldear su obra, estuviese fría, tranquila, sumisa a todas sus intenciones. Despertar, exaltar, le parecía, pues, obra insensata. Tranquilizar, adormecer, ¿tal vez no sería por ventura el camino de la salvación?
En balde replicábamos que la arcilla en que se intentaba la restauración nacional, era una arcilla de esencia superior, era la arcilla humana. Tal barro no se amoldaba sin tenerle ganado el interés en ser amoldado, sin ganarle el alma. La desconfianza hacia nosotros se mantiene. «Trabajábamos a medias con los comunistas», se llegó a proclamar. Después, el tiempo nos fue dando la razón... El frío, el aislamiento con que eran tomadas todas las tentativas de resurgimiento que venían del lado del poder, comenzaron a hacer mella en el ánimo de Salazar, hasta el punto de que en sus famosas entrevistas con el periodista Ferro ya no pudo ocultarlo. Intentó entonces remediar el mal.
Por todas partes surgieron oradores de «Unión Nacional», proclamando las ventajas de la reforma político-social, por Salazar preconizada, y enalteciendo la obra reconstructiva de este estadista: puertos, carreteras, navios de guerra, equilibrio financiero, etcétera. Conferencias, mítines, todo se intentó para llamar la atención de la opinión nacional, despertarla e interesarla en la obra de restauración necesaria.
¡Cuan lejos, sin embargo, todo esto del espíritu aconsejado por el movimiento Nacional-Sindicalista! La penetración de esa propaganda en las masas obras, en las clases medias, en las escuelas, no podía dejar de hacerse sentir. Salazar lo reconoció, infelizmente sólo en parte. Su prudencia le llevó entonces a consentir un Nacional-Sindicalismo especial, moderado, reformista y burgués. Es una etapa realizada en el espíritu do ilustre Jefe del actual Gobierno. Ante la realidad imperativa de la situación portuguesa, el camino recorrido continúa ciñéndose a los primeros pasos después de siete años de dura batalla.
Cierto que no hacemos responsable a Salazar de tanto tiempo perdido. Salazar es Jefe del Gobierno hace poco más de año y medio. El período de Dictadura es, sin embargo, ya muy largo para hacerse solidario de la marcha lenta que vamos llevando para salir de ella airosamente. En ese punto, Salazar tiene sobre sí enormes responsabilidades. Consintió un falso Nacional-Sindicalismo sin ninguna de las virtudes creadoras del auténtico. No se alteran en nada los datos del problema; continuó perdiéndose el tiempo...
Confiamos en que Salazar lo reconozca pronto.
Estamos en una hora europea revolucionaria y nacionalista. La Revolución, como las bayonetas, no consiente que se le sienten encima. Salazar tiene que obrar revolucionariamente para realizar su obra. Sólo para eso cuenta de veras con nosotros.
Los nacional-sindicalistas son las milicias organizadas y ardientes de la Revolución Nacional de los Trabajadores.
ROLÃO PRETO
in Acción Española, Madrid, nos. 39, 45, 46, 47, 49, 50, de Outubro de 1933 a Abril de 1934.
Refs.
"Nueva Europa - El movimiento nacional-sindicalista portugués - I", Acción Española, Madrid, 39, 16-10-1933, pp. 199-204; (accion-espanola-madrid-16-10-1933-n39.pdf)
"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - II", Acción Española, Madrid, 45, 16-1-1934, pp. 881-888; (accion-espanola-madrid-16-1-1934-n45.pdf)
"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - III", Acción Española, Madrid, 46, 1-2-1934, pp. 986-993 (accion-espanola-madrid-1-2-1934-n46.pdf)
"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - IV", Acción Española, Madrid, 47, 16-2-1934, pp. 1108-1115 (accion-espanola-madrid-16-2-1934-n47.pdf
"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - V", Acción Española, Madrid, 49, 16-3-1934, pp. 46-53 (accion-espanola-madrid-16-3-1934-n49.pdf)
"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - VI", Acción Española, Madrid, 50, 1-4-1934, pp. 166-172 (accion-espanola-madrid-1-4-1934-n50.pdf)
"Nueva Europa - El movimiento nacional-sindicalista portugués - I", Acción Española, Madrid, 39, 16-10-1933, pp. 199-204; (accion-espanola-madrid-16-10-1933-n39.pdf)
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"Nueva Europa - El Nacional-Sindicalismo portugués - VI", Acción Española, Madrid, 50, 1-4-1934, pp. 166-172 (accion-espanola-madrid-1-4-1934-n50.pdf)